Escalera al Cielo / La elección de París

AutorChristopher DomÍnguez Michael

A los latinoamericanos nos gusta decir que París fue, al menos durante largos periodos a través de dos siglos, la capital de la literatura latinoamericana. Las razones de este deseo manifiesto han sido estudiadas con detenimiento y pueden resumirse en un acuerdo tácito firmado en ambas orillas del Atlántico. Desde la América española y portuguesa, la elección de Francia fue una manera fructuosa de evadir a la arisca madre patria peninsular y al envidiado enemigo estadounidense. Y vista desde París, la predilección fue aplaudida, más por conmiseración que por un verdadero compromiso, cuando el Segundo Imperio popularizó la noción de una "América Latina". Nuestra admiración le salía bastante barata a la cultura francesa, dado que más allá de algunas islas del caribe -la gran excepción sería Haití- o de la malhadada aventura de Maximiliano, los españoles, los británicos y los estadounidenses se las arreglaron para impedir que Francia tuviese verdaderas posesiones en el Nuevo Mundo. Excluida de las responsabilidades y de los riesgos coloniales, Francia podía alimentar la empatía de esas tierras cuyos letrados soñaban con ser admitidos como invitados de honor al banquete de la latinidad. Y, aunque esporádica, la recepción francesa de las letras hispanoamericanas fue estimulante o decisiva, según el caso, desde Jorge Luis Borges y Alejo Carpentier hasta Carlos Fuentes y Roberto Bolaño.

París, cuya capitanía general del siglo diecinueve se extiende a varios momentos de la siguiente centuria, perteneció a los exiliados y a los turistas de todo el orbe. Desde Turgueniev hasta Kundera, fue capital de la cultura eslava y aún lo es de muchas literaturas árabes y africanas, como lo fue de la Generación Perdida. Ciudad cosmopolita antes que multicultural, París suele aceptar al escritor extranjero con entusiasmo hasta convertirlo, como en el caso de Ionesco, Cioran o Jorge Semprún, en patrimonio de la lengua francesa. Notables escritores hispanoamericanos, como César Moro, Vicente Huidobro, Copi, Héctor Bianciotti y Silvia Baron Supervielle han transitado del español al francés.

La trágica historia política latinoamericana -no menos tempestuosa, por cierto, que esa historia francesa de la que ha sido a veces sublimación, a veces parodia- nutrió a París de una permanente presencia, renovada con cada generación y con cada tirano, de escritores y artistas latinoamericanos.

"Uno no nace parisino, se hace", han repetido como manda todos los aventureros que...

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