Escalera al Cielo

AutorChristopher Domínguez Michael

Isaac Bashevis Singer, una aparición

El 1944 fue decisivo para Isaac Bashevis Singer, el año en que murió de un infarto fulminante su hermano Israel Joshua Singer y la fecha en que las cenizas del Holocausto empezaron a caer sobre los sobrevivientes. Sin la protectora opresión de su entonces célebre hermano, el autor de The Brothers Ashkenazi (1936) y con la constatación de que el mundo de sus padres había sido borrado de la faz de la tierra, Isaac Bashevis Singer (1904-1991) aceleró la escritura de una obra cuyo aparente tradicionalismo oculta una problemática ardua y misteriosa. Acusado de pornográfica impiedad por los judíos ortodoxos y víctima del desprecio de la izquierda sionista por mostrar escasa confianza en las virtudes utópicas del Estado de Israel, Bashevis no sólo garantizó la esplendorosa sobrevivencia del yiddish como una lengua literaria moderna.

También cumplió con una de las obligaciones no escritas de todo gran escritor: ir a las raíces de su propia cultura y exponerla de manera crítica a la luz de los tiempos. Si se dice que el siglo veinte fue el siglo judío, tanto por la magnitud inconmensurable del Holocausto como por el peso de las herejías intelectuales judías en la conformación del pensamiento contemporáneo, Bashevis habitó oblicua y maliciosamente en esa dimensión. Dividido entre la herencia materna -el racionalismo de la Ilustración judía- y el jasidismo mesiánico de su padre, un rabino polaco que ejercía ilegalmente, Isaac Singer -que tomó el Bashevis del nombre de su madre para distinguirse de Israel Joshua- ejerció esa contradicción en novelas como Satán en Goray, La familia Moskat, El mago de Dublín y El esclavo, o en esa doble centena de cuentos que lo convierten en el único cuentista del siglo veinte que puede ser considerado un heredero directo de Chéjov y Maupassant.

Es extraño que Bashevis -quien dirigió y supervisó la traducción de casi toda su obra del yiddish al inglés- siga siendo considerado como un escritor étnico. Si sus raíces están en el shtetl, Bashevis cumplió con sus obligaciones intelectuales al sopesar la mitología de esa comunidad arcádica contra su ineluctable miseria campesina, transformando una riquísima milagrería popular en un mundo fantástico donde los estudiantes talmúdicos, las mujeres abandonadas arrojadas a los caminos en busca de sus maridos transformados en santones o los carniceros que dudan de la Ley, quedaban expuestos a esos singulares demonios modernos que pueblan su obra...

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