Escalera al Cielo

La extinción de los intelectuales

Sospecho que quienes defienden el fin de la exención para los creadores artísticos tienen motivos más profundos para festejar que el triunfo de un dudoso igualitarismo fiscal. Se trata de académicos y editorialistas que no ocultan su satisfacción ante la anhelada extinción de una intelectualidad cuyos supuestos fueros y alcabalas estaban vergonzosamente ligados al antiguo régimen. Algunos son personas de una indudable probidad moral y esgrimen argumentos, como a ellos les gusta decir, sustantivos. Su fobia contra el intelectual como faro de la opinión y consejero del príncipe, tiene justificadas razones históricas y basta examinar, para encontrarlas, al siglo veinte con su galería de clérigos enfebrecidos.

La desaparición del intelectual como figura política decisiva está en la agenda de cierto liberalismo anglosajón, en cuya lógica, jefaturas espirituales como las que en México encarnaron Octavio Paz, José Revueltas o Daniel Cosío Villegas fueron una mutación indeseable provocada por el autoritarismo. El protagonismo de los intelectuales, según esa hipótesis, no deberá repetirse en una sociedad democrática plenamente desarrollada, con un sistema de partidos funcional y medios de comunicación independientes del poder público. Cubierto el déficit democrático, sugieren un futuro donde pintores como Rivera o poetas como Paz no tendrán necesidad de involucrarse en batallas civiles y se dedicarán a sus pinceles o a sus versos, para bien de la patria.

La mayoría de nuestros periodistas y politólogos consideran que en la Arcadia democrática, el intelectual desaparecerá... para ser sustituido por el líder de opinión, quien suele ser un académico universitario que aspira a que sus artículos políticos paguen el ISR. Así, es consecuente con un modelo, que propio de los Estados Unidos, garantiza una opinión pública esclavizada por el antiintelectualismo, donde es necesario ir a los claustros académicos y a las revistas literarias para encontrar letrados ejerciendo la analogía filosófica y la memoria histórica, es decir, la verdadera crítica. Esa función sólo pueden cumplirla los intelectuales dirigiéndose a la plaza pública y al mercado, mediante medios y espacios que van más allá de los minutos que les regalan en México las televisoras, que dicho sea de paso, ya los quisieran Susan Sontag, Noam Chomsky o el finado Allan Bloom, en los EU.

El gravamen a los autores forma parte del antiintelectualismo mercantil del nuevo...

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