Una escala costosa

AutorJosé Alonso Torres

A la Ciudad arribaron 13 con el objetivo de llegar al Norte. Eran más cuando iniciaron la travesía, posiblemente serán menos los que la terminen.

Como sombras esquivas que se esconden en las ruinas y los matorrales intentando no ser vistos, los centroamericanos indocumentados que pasan por Guadalajara han sorteado peligros, delincuentes y autoridades en su paso hacia Estados Unidos, aunque aún les falta la mitad del recorrido.

La Zona Metropolitana de Guadalajara forma parte de una de las tres rutas por las cuales los indocumentados avanzan a través de las líneas ferroviarias hacia el País del norte en busca del mítico sueño americano, persiguiendo la quimera que les promete ganar los dólares que aseguren su futuro y el de sus familias.

Salieron de su destino siendo unos completos desconocidos, pero las penurias del camino crearon fuertes lazos de amistad. Reconocen que tarde o temprano tendrán que separarse, o dejar atrás sin voltear la mirada a aquellos que no logren continuar, pero mientras estén juntos seguirán compartiendo sueños y proyectos.

Se ocultan en construcciones abandonadas a lo largo de las zonas donde pasan las vías. Después de un largo recorrido que llega a durar un mes, desde la frontera con Guatemala, pasando por Tabasco o Chiapas, los migrantes están expuestos a la extorsión y asalto tanto de criminales como de policías.

Desafían todo porque ya no les queda nada.

Con los bolsillos vacíos, pantalones rotos en los que ya no cabe otra mancha de suciedad y el rostro maltrecho por el camino, son víctimas hasta de los maquinistas que les piden dinero a cambio de no echarlos de los vagones, a veces tienen que pedir limosna para poder entregar lo que junten a los ferrocarrileros.

En Tesonique, Chiapas, eran un grupo de más de 500 hondureños que se fueron aislando en la ruta.

De acuerdo con algunas asociaciones que ayudan a los indocumentados, únicamente uno de cada cinco llegará a Estados Unidos.

Marlon salió desde Honduras el 25 de febrero, platica sus desventuras entre risas ahogadas, como quien quiere verle el lado amable a las tragedias. Tiene 23 años, pero luce mucho más viejo. Su rostro moreno se oscurece aún más con el polvo y el hollín acumulado en el viaje. Se pudo bañar hace 10 días con una manguera que usaron a escondidas de los dueños de una finca de Veracruz y, como sus demás compañeros, hace dos días que no prueba bocado.

"Caminamos por la vía dos días por el monte porque no podíamos agarrar el tren, pero como...

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