Es delirio de exploradores

AutorÓscar Álvarez

Fotos: Óscar Álvarez

El viajero que se aventura en Mali llega, tras un periplo azaroso, a las puertas de Timbuktu, la "ciudad prohibida", "la misteriosa", "la de los 333 santos" y tantos otros epítetos.

Lo primero es enfrentarse a esa cegadora luz del día que muestra el extraño encanto de este lugar casi mítico.

Como una cortesana entrada en años, apenas logra seducir con su exotismo marchito.

Toda gloria pertenece al pasado, por ello debemos remontarnos a aquella aldea nacida espontáneamente en el año 1100, cuando varias kabilas (familias) de tuareg se asentaron en torno al pozo de una anciana llamada Tim.

El comercio transahariano llevó a Timbuktu oro, marfil y esclavos.

Bajo la égida de los askias o gobernantes songay del imperio de Gao, fue traído desde Al Andalus el arquitecto Es-Saheli para construir la mezquita de Yinguereiber, "la grande".

Durante los siglos 14, 15 y 16, la ciudad fue el centro económico, político y cultural del África islámica.

Los estudiantes llegaban por docenas a la universidad de Sankoré, desde lugares tan lejanos como Bagdad o Samarcanda.

Timbuktu era verde porque un brazo del río Níger la rodeaba y regimientos de esclavos cuidaban de las palmeras datileras y los jardines.

Un hombre rico podía llevar una vida de refinamiento, vestir seda de China y fumar tabaco turco mientras escuchaba poemas andaluces y cantos de la corte del Mogul de Delhi, o discutía la filosofía de Aristóteles.

Un pueblo negro de origen español

Ibrahim Khalil Touré y Abba Baber son los actuales "alkaidis" (dirigentes) de los arma, uno por el barrio de Sarakeina, otro por el de Yinguereiber.

Los siglos han pasado y esta etnia ha conseguido mantenerse como el grupo dominante de Timbuktu.

De los escasos 10 mil habitantes que pueblan la ciudad, la mayoría pertenece a la comunidad arma, mezcla de songay y español.

El color negro de los naturales y una cultura arabizante se impusieron y la descendencia poco recuerda a los primeros patriarcas.

Con todo, persiste el uso de vocablos castellanos alterados y apellidos como Ben Guzmán, Ben Barca o Feriro (Ferrer). El mismo nombre tribal proviene de la voz "¡al arma!" que escucharon los songay durante las batallas.

En el laberinto de calles de arena enmarcadas por muros de adobe destaca la factura de una puerta aquí y una ventana allá, con el inconfundible aire moruno (de la antigua Mauritania).

Los trajes suntuosos, la orfebrería, el gremio de los zapateros y la educación aristocrática de la mujer son...

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