Entrevista / Guillermo Arriaga / A la caza de Hollywood

AutorPerla Ciuk

Fotos:Jaime Reyes Rodríguez

Ni la nominación al Oscar de Amores perros, ni la fama y el éxito que lo han acercado a los grandes estudios cinematográficos estadounidenses, y a personalidades como Tommy Lee Jones, Sean Penn y Brad Pitt, le han hecho perder el piso a Guillermo Arriaga, primer mexicano con un guión filmado en Hollywood: 21 gramos. Detrás de la efímera cortina del glamour hay más de 20 años de docencia, trabajo, esfuerzo, disciplina, tenacidad e ilusiones que, finalmente, se han cumplido.

-Guillermo, háblame de tu familia...

Vengo de una familia en donde se privilegia la educación y la cultura por encima de cualquier cosa. Tan es así, que mi papá, hoy día, después de haber sido empresario por muchos años, es director de la Casa de Cultura Sor Juana Inés de la Cruz en Nepantla. Me encantan mis padres, quienes, más que setentones, parecen adolescentes llenos de energía... Para ellos siempre fue importante viajar, conocer el mundo; siempre conté con su apoyo y toda la libertad para elegir lo que quisiera estudiar o hacer.

-¿Siempre te gustó leer?

De niño no tenía una verdadera inclinación hacia la lectura; como a los 6 años me gustaban los libros de historia y las enciclopedias. A los 12, leí Al este del edén, de John Steinbeck; en la escuela me dejaban leer a Giovanni Papini; en la secundaria, la Mexicana-Americana, afortunadamente la materia de teatro era obligatoria, ahí leí a Shakespeare, que fue muy importante, y a Juan Ruiz de Alarcón.

-¿Qué te atrapa de una novela?

Que cuente una historia que me permita entender la humanidad. Detesto las novelas que sólo quieren ser lenguaje. Claro, tiene que haber una preocupación por el lenguaje, pero no por el lenguaje mismo, sino por contar una historia.

-¿Por qué decides estudiar comunicación y tomar la especialidad en psicología?

Creo que comunicación es la última carrera renacentista que existe, es la única carrera donde ves de todo, psicología, filosofía, sociología... Quería hacer cine, sin embargo, la especialidad en cine, tal como estaba estructurada, no me parecía suficiente, así que elegí psicología como un último espacio de reflexión dentro de la carrera que, por cierto, me ha ayudado mucho.

-¿A qué te dedicas cuando terminas la carrera?

Escribí artículos, cuentos infantiles, reportajes, elaboré plataformas creativas para las estaciones de Corporación Mexicana de Radiodifusión; dirigí documentales, televisión en Canal 11, trabajé en IMCINE, Canal 22, siempre he tenido chambas, desde muy chavo comencé a trabajar, escribía en Mi periodiquito del Novedades. Tengo muchos años dando clases. Me enfilé a la docencia en la Universidad Iberoamericana, de donde años después fui despedido, al igual que de otras escuelas, debido a mi nulo apego a la normatividad académica, no paso lista, no dejo tareas, no hago exámenes. Sin embargo, sigo dando clases, porque me interesa estar al día en comunicación, continuar aprendiendo, saber qué es lo que vibra en los jóvenes y, sobre todo, porque creo que la educación puede transformar un país.

El encuentro con el cine

-¿El cine llega a ti o tú llegas al cine?

Siempre estuve interesado en el cine, pero sentía que carecía de talento manual, porque no tengo lógica. Acabo de descubrir que, desde niño, tengo un trastorno de déficit de atención, soy muy disperso. Sentía que no tenía habilidad para la técnica y me concentré en la literatura, en escribir mis novelas. Hasta que publiqué Un dulce olor a muerte, se acercaron a comprarme los derechos (llevada al cine bajo la dirección de Gabriel Retes en 1998) y, a partir de ahí, se empezó a saber de mí en el mundo cinematográfico mexicano.

-¿Cómo nace Amores...

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