Entrevista / Alma Delia Murillo / Una travesía en busca del padre

AutorAmérica Juárez R.

FOTOS: ÓSCAR MIRELES

Esta es la historia de un viaje, o de muchos; de la búsqueda de un padre, de dolores añejos y verdades ocultas.

"La escritura es siempre eso, incluso a través de la ficción más elaborada te estás lanzando al vacío, pero esta es la primera vez que escribo así, sin personaje ficticio de por medio, soy yo contando mi historia y sí ha sido una experiencia muy distinta. Confieso que me siento muy expuesta, ya pasé de soñar que voy por la calle desnuda, a decir, bueno, poquito a poco voy confirmando que estoy contando la historia de muchos y de muchas en este país. El tema del padre es un tema no solo arquetípico, fundacional, también cultural, yo creo que México es un país en ese sentido muy sui géneris, muy de observar, porque es como si careciéramos de figura paterna siempre, nosotros somos hijos de la madre".

Abre así la conversación Alma Delia Murillo una mañana de lunes frente a una taza de café, en el penúltimo día de mayo. Habla de La cabeza de mi padre (Alfaguara), un libro que nació de una intuición, rumió durante cinco años y escribió en 72 días, sin parar, marcando "como presa" una rayita a cada jornada.

"Ya frente al papel me di cuenta que me interesaba un único punto de vista y era contar la verdad, por eso no hay un personaje ficticio, por eso no hay una advertencia: 'quiero que esto se lea como ficción', y también porque 40 años de escuchar mentiras de mi papá, mitos de mi papá, versiones de mi papá... era como ¡ya! Yo encontré una verdad que no es 'la verdad', si no es una, esa quiero contar y sí, mucha inteligencia emocional no habrá en este atreverse a contarlo todo o casi, pero sí tenía esta necesidad de hacer una escritura muy verdadera, no me escondí".

La búsqueda del padre, inicia en diciembre de 2016, sin más referencias que la ubicación de un tío en un pueblo costero de Michoacán, en pleno territorio disputado por el narco.

Es la vida a ras del suelo de la autora, el testimonio de la niña que no sabía cómo justificar el hueco en blanco del recuadro "Nombre del padre" en la papelería escolar; es la rabia de la joven harta del mismo recuadro en las solicitudes de empleo.

Porque la figura del padre es universal, pero en este país, dice la autora de El niño que fuimos, donde es parte del mito fundacional -la eterna pelea entre Moctezuma y Cortés-, con raíces profundamente machistas, "es delicadísimo, es complejísimo" hablar del padre.

"Hemos sido muy determinados desde ahí, pero por otro lado las estadísticas son brutales, yo quise ir por la más conservadora en la novela, pero hay incluso estudios que dicen que en el 40 por ciento de los hogares mexicanos no hay papá, o sea, fue por cigarros y no volvió, así nomás. No estoy hablando de padres muertos, sino de hombres que no se hacen cargo de su paternidad, y eso socialmente puede tener una mirada hasta con cierto desapego, pero ya en lo personal, ir todos los días de tu vida a la escuela y estar del lado de los niños y de las niñas, decir no tengo papá, y en fin todo lo que cuento ahí, ya en lo personal es tremendo, pasa por todas las emociones".

Esta es la historia de un viaje, o de muchos. Hay algo de simbólico en esta travesía, de naufragios y enojo, de reivindicación de la figura materna.

Dos momentos como revelaciones apuntalaron la idea de que este viaje en búsqueda del padre perdido había de narrarse algún día. También una edad simbólica, dos veces 20. La perspectiva de los años, con 40 encima ya has perdido o empiezas a perder...

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