Entregas en caliente / Para tomar una prisión

AutorGuillermo Hérdez

Rebeca está más enojada que nunca. No sólo porque su plan para fugarse de la prisión de Liguria haya fracasado por completo gracias a que intentó seducir (obviamente sin éxito) a un gay de los peores. Tampoco porque la hayan confinado a una de las peores celdas en castigo por su intentona. Mucho menos porque la comida sea pésima y no la dejen salir al patio. Lo que la tiene tremendamente molesta es porque alguien, por primera vez en su vida, no quedó seducido por sus encantos. Poco le importa que sea gay, si ella se ha acostado con hombres, mujeres y lo que se pueda. Ni que fuera incapaz de seducir a uno de ésos, suspira molesta, sin notar que se está volviendo prejuiciosa; sin recordar que muchos de sus mejores amigos son gays y los considera grandes personas.

Pero eso no le quita el enojo. Por eso ha decidido salir de una vez por todas de la prisión. Le queda claro que ya no se puede escapar como lo pensaba: encuerándose frente a cuanto guardia se le apareciera. No, ahora debe idear algo más complicado. Tomar la prisión, es lo primero que se le ocurre. Y, para conseguirlo, debe aprovecharse de las debilidades de la misma.

Ya se ha dicho que es una prisión peculiar, que los pabellones femenino y masculino apenas están separados por una reja a través de la cual los reclusos suelen intercambiarse besos. Y ése es un enorme error se le vea desde donde se le vea.

Rebeca consigue un permiso para salir al patio. Cuando una de sus fieles seguidoras comienza a gritar histérica a la mitad de la explanada, Rebeca aprovecha para subir a la pequeña torre que está a la mitad del enrejado. Ahí se encuentra con el guardia que cuida que no...

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