Entregas en caliente / Tinta china

AutorGuillermo Hérdez

Juang siempre fue una mujer pequeña, baja estatura, complexión de muñeca rota, actitud tímida y desafiante. Nunca salía, no tenía amigos, se la pasaba enchufada a los videojuegos. Tenía una tremenda depresión que nadie sabía de dónde había salido y que no se le curaba con nada. Cuando cumplió veintiún años, la llevaron al doctor y entonces supieron cuál era el problema: tenía un corazón muy pequeño que apenas alcanzaba a bombear sangre a su pequeño cuerpo. El doctor fue muy claro: si Juang quiere tener una vida larga, no puede hacer ningún deporte, no puede tener ninguna emoción fuerte, mejor que no viaje, que no tenga amistades intensas y que no haga cosas que la pongan nerviosa. Es decir, Juang no podía hacer nada. Y el doctor añadió, con un poco de lástima:

-Y nada de sexo. Una sola relación sexual podría costarle la vida.

Desde entonces, los padres de Juang la cuidaron como si fuera una figura de porcelana. Pero Juang no era feliz. Al tener que quedarse en su casa, encerrada, todos los días de su vida, comenzó a desarrollar una obsesión por todo aquello que le estaba prohibido. Veía a escondidas videos de deportes extremos y, sobre todo, de sexo. Fue así como conoció a Melody, la famosa artista mexicana que promovía el uso libre y responsable del propio cuerpo para satisfacerse y obtener placer sexual. Aunque no entendía nada de español, coleccionaba los textos que Melody escribía, así como todos los videos y fotografías que aparecían en la red.

Se imaginaba a sí misma en el cuerpo de Melody, descubriendo los rincones más secretos de su sensualidad, follando con hombres esculturales, gritando de placer al recibir un miembro vigoroso por detrás.

-Antes de morir...

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