Entregas en caliente / Tan práctico como la ciencia

- Si quieres, yo te puedo ayudar.

Sensualmente le había dicho Rebeca al forzudo Olaf Hinse cuando, inspirado con el cuerpo fogoso y exuberante de la mexicana, se disponía a quitarse él mismo la calentura de su miembro palpitante con su propia mano.

Olaf la había llevado con engaños hasta un laboratorio en medio del bosque de la ciudad aledaña de Petrópolis, ahí la tenía amarrada de pies y de manos a una silla de metal.

Luego de observar por unos momentos el maravilloso cuerpo de la mexicana, sus tetas firmes y redondas, sus nalgas paradas y robustas, sus muslos tersos y vigorosos, Hinse no tardó mucho en caer en tentación de experimentar el ofrecimiento de Rebeca. Después de todo, la materia del análisis científico era la boca de ella. La maravilla curativa de los labios de la pelirroja se había llevado a cabo estando ella en completa libertad, no en cautiverio, atada de pies y de manos.

Olaf nunca había besado apasionadamente a nadie. Su estricta educación científica no se lo permitía hacerlo. La única ocasión en la que se había besado con una mujer, había experimentado tan solo un asqueroso intercambio de saliva. Desde entonces consideraba que las relaciones de pareja eran completamente absurdas y cuando su cuerpo le exigía saciar sus necesidades fisiológicas, lo hacía con el mismo poder de su mano con el que levantaba tantos kilos de las pesas o contrataba los servicios de alguna buena mujer, quien sin mayores preámbulos, se desnudara y le sacara los jugos del cuerpo. Así de sencillo, así de práctico. Como la ciencia.

Pero lo que había visto a Rebeca hacer con sus labios para curar a la multitud de zombis, era digno de un minucioso análisis científico. Estaba seguro que si la mexicana había besado con tanta pasión a todos esos adefesios, él...

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