Entregas en caliente / Sedoso fetichismo

AutorGuillermo Hérdez

Todo comenzó en el sótano de una tienda de mascotas. Un grupo de hombres y mujeres nerviosos e insomnes rentaba ese lugar, por las noches, para hablar de sus perversiones sexuales. Algunos sufrían de clismofilia y les encantaba meterse cosas por el ano. Otros, sufrían de urofilia y se orgasmeaban con... bueno, precisamente con eso, con los meados propios y ajenos. Y así una larga lista de desviaciones sexuales que les provocaban placer, pero también una angustia inmensa.

Se juntaban los jueves a hablar cuando, una fría noche de otoño apareció un misterioso hombre, delgado, pálido, silencioso. Apenas habló durante la sesión. Sólo dijo que se llamaba Bernardo Hairión y que llevaba meses sin dormir a causa de su enfermedad. Pero de qué se trataba ésta, no dijo ni una palabra.

Asistió seis o siete veces y un día, como por arte de magia, desapareció. Ese día, una de las fundadoras del grupo, una hermosa rubia a la que le prendía durísimo que le metieran el miembro por los orificios de la nariz (o nasofilia) se dio cuenta de que no tenía un mechón del cabello. Cuando mencionó esto, todos los demás dijeron que les había pasado lo mismo: alguien les había pasado las tijeras y les había robado un mechón.

En ese mismo momento, Bernardo Hairión olisqueaba los cabellos que se había robado y sentía cómo una erección monumental llegaba al orgasmo con apenas tocarlos. Pero esa osadía fue apenas el comienzo de su extraña inclinación: luego de eso, se le ocurrió que debía sentirse distinto un cabello rubio o uno pelirrojo, uno lacio que uno rizado.

Esta prueba y error lo llevó a concluir que los mechones oscuros y rizados eran los mejores y que le bastaba tomar uno entre sus dedos y acariciarlo para...

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