Entregas en caliente / Rendir cuentas

Paco Jones siente que el fin de sus días ha llegado. Lo peor es que de nada le ha servido descubrir que, para recuperar la memoria, basta y sobra con hacer lo que mejor hace: follar y follar hasta venirse. Así se irían llenando los huecos que acumula al por mayor. El problema es que está en una colonia desconocida, caótica, ruinosa y, para colmo, hogar del Miserere.

Pero, ¿quién es el Miserere? Un facineroso cualquiera, un delincuente. Un fulano que se pasa varias horas al día en el gimnasio, que es un experto en el uso de la navaja de resorte, que viste como pachuco y que le trae ganas a Paco Jones. Tanto, que lo tiene acorralado contra la pared de una casa mientras juega con su afilado compañero de mil batallas.

-Me sorprende que hayas vuelto, creí que eras un cobarde -dice con una voz ronca y profunda.

Paco Jones traga saliva y no dice nada.

-Nunca creí que, después de lo que me hiciste volvieras -continúa el Miserere.

-Cre... creo que estás confundido. No sé quién eres -alcanza a decir Paco Jones con un hilo de voz.

El Miserere enfurece. Pone una mano al lado de la cabeza de Paco y habla con lentitud. Así es como nuestro amigo mensajero se entera de que el Miserere lo culpa de su desgracia. Hace varios años, cuando Paco experimentaba con los primeros placeres del sexo, se atravesó en su camino la Chabacana. En contra de lo que se podría pensar por su apodo, estaba requete buena. Tenía una cinturita delgada y firme en la que se percibían con claridad las series de abdominales que hacía a diario. Pero no era como esas fanáticas del ejercicio musculosas y planas. No, la Chabacana se cuidaba para estar en su punto. Tenía un par de tetas...

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