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Entregas en caliente / Postal de juventud

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Vincent
AutorGuillermo Hérdez

Fue hace muchos años. Antes de conocer a Paco Jones, antes de perder su virginidad con chicas de su edad. Antes de Natasha, por supuesto, y antes de esta loca vida que lleva ahora.

Antes. Cuando Ricky era un simple adolescente que no sabía qué hacer con su vida y deseaba sentir en carne propia los placeres del sexo. Era joven e ingenuo. No sabía cómo hablarle a las mujeres y no entendía los detalles invisibles de la coquetería.

Pasaba las noches imaginando escenas sexuales con sus maestras, sus tías, sus compañeras de escuela, las amigas de su mamá, la señora de las quesadillas. Cualquier mujer que cruzaba su campo visual se volvía protagonista de detalladas funciones de cine privado, que Ricky llevaba a cabo en su cama, jalándosela con paciencia, acomodando los movimientos de su mano con los de aquellas fantasías que, en su momento más creativo, llegaron a durar sus buenas dos horas.

Pero no podía seguir así. Por eso es que una vez, armado de valor, tuvo la osadía de invitar a Violeta Gómez, una chava de su salón, a comer a la fonda de doña Rosario.

Pidieron el caldo de pollo. Era el mejor de la ciudad, Ricky estaba seguro, espeso, con destellos dorados, un sabor inolvidable. Mientras sorbían, Ricky le hizo insinuaciones a Violeta Gómez. Primero le dijo:

-Me gustas, ¿ya sabías?

-Sólo dices eso porque nadie más te hace caso en la escuela -respondió ella, indiferente.

Las cosas no andaban bien. Ricky era famoso por pretender a todas las chicas y más de una vez lo habían mandado a volar aun antes de que pudiera pronunciar una sola palabra.

El caldo perdió su sabor de pronto. Violeta Gómez terminó de comer y se fue casi sin despedirse. Ricky se quedó solo y, ya que estaba ahí, pidió las verdolagas con cerdo.

Doña Rosario había visto todo desde detrás de las ollas. Cuando Violeta Gómez se fue, doña Rosario se acercó a la mesa de Ricky. Era una mujer en sus cuarenta, con un...

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