Entregas en caliente / Muchas gracias

AutorGuillermo Hérdez

En los años sesentas era mucho más fácil cruzar el río nadando... para los que sabían nadar, pero para los que no sabían se necesitaba algo más que el deseo de querer mejorar la vida.

Antes de echarse al agua, La Iguana estuvo haciendo pruebas en la orilla mexicana del río Bravo con un pedazo de tronco lo suficientemente grande y liviano que soportara su peso. Lo demás, fue patalear lo más fuerte posible mientras se la llevaba la corriente y comenzara a ahogarse hasta que la jalaron de los cabellos y la arrastraron a la orilla.

-¿A dónde crees que vas, chulita? -preguntó el guardia fronterizo que le había salvado la vida con una sonrisa sarcástica- ¿A los Estados Unidos o al infierno?

-A mejorar mi vida, tal y como hicieron tus padres -contestó la Iguana directa y contundente, escupiendo agua sin amedrentarse.

El guardia, quien había perdido a sus padres recientemente en un accidente, se sensibilizó con las palabras de la bracera quien estaba dispuesta a dar su vida, más cuando se levantó y la ropa mojada se le adhirió al cuerpo mostrando la belleza de sus protuberancias. Se quedó con la boca abierta permitiendo que la mexicana le sedujera el alma.

-Te voy a dejar pasar. Se ve que eres buena persona y que vienes a mejorar este país, como hicieron mis padres -dijo el guardia después de dudar en silencio qué hacer-. Ten mucho cuidado. A cinco kilómetros de aquí, hay una patrulla dando sus rondas. No te vayas a topar con ella. A veinte kilómetros hay otra.

La Iguana tomó sus pocas pertenencias y salió corriendo. A los pocos metros se arrepintió. Su padre le había enseñado que una de las cosas más bonitas en la vida era el agradecimiento, así que se dio media vuelta y regresó hasta donde se había quedado parado el guardia con la boca abierta...

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