Entregas en caliente / il Messicano

Paco Jones recorre del mar de Liguria al mar Tirreno en una lancha de propulsión. A penas cayó en la barca, entre varios hombres lo sometieron y le colocaron una capucha en la cabeza.

Cuando toca tierra firme sigue mareado. Todo le da vueltas y la capucha le impide dar pasos certeros. Lo arrastran hasta unas vías de tren y lo amarran sobre los durmientes.

Paco tiembla convencido de que estos son sus últimos momentos. Su temblor se incrementa cuando los durmientes comienzan a vibrar. Ha llegado su hora. No quiere llevarse ese miedo al otro lado. Se concentra a pensar en Rebeca, en cómo ondeaban sus cabellos rojos con la brisa del mar, en cómo transpiraba sexo. Se le veía contenta, feliz de reencontrarse con él.

Para su fortuna, el tren pasa a unos centímetros y se sigue de largo. Paco se ríe a carcajadas de seguir vivo. Sus captores se ríen con él. Su alegría es contagiosa. Cuando lo desamarran siente la mano ligera; ya no tiene el portafolios atado. Pensó que lo liberarían, pero no.

Cuando le quitan la capucha, hay frente a él cuatro viejos taciturnos y severos que lo observan como si fuera un mandril del desierto. Está amarrado a una silla en medio de un cuarto derruido por el moho, la humedad y el salitre. En sus paredes hay agujeros de balas. Los viejos están rodeados de matones malencarados y armados hasta las axilas.

En medio del cuarto, sobre una mesa, está el portafolios abierto. El selenio 13 brilla a la luz de una lámpara colgada. Los viejos se miran con un rencor ancestral. Como si se estuvieran jugando la vida en un juego de cartas, esperan a ver quién hace el primer movimiento. Uno de los viejos dice algo en siciliano y todos los matones levantan sus armas. Se apuntan unos a otros con ganas...

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