Entregas en caliente / Jauría

AutorGuillermo Hérdez

Natasha quisiera poder dormir, pero cada vez que se gira para acomodarse en una nueva Posición, le duelen las heridas que le ha infringido Rebeca con sus dientes. A ellas siempre les ha gustado el sexo rudo y salvaje, pasar del dolor al placer con un golpe que se convierte en caricia; con un rasguño que evoluciona en lamidas; con un quejido que se transforma sutilmente en un montón de gemidos, pero esto está rebasando los límites del sexo placentero y consensuado.

La rusa se acaricia las mordidas recordando cómo la noche anterior Rebeca encajaba sus dientes en su clítoris al tiempo que lo lamía con su lengua resoplando en él cada uno de sus gemidos mientras Kinuk penetraba a la pelirroja.

Se acaricia los pezones amoratados pensando que estas tierras salvajes están convirtiendo a su amiga en una bestia incontrolable. Se da la vuelta buscando con su mano la entrepierna y con sus labios la boca de Rebeca, pero lo único que encuentra es la ausencia de la pelirroja, el vacío.

Mira al otro extremo solo para constatar que no está follando con Kinuk; el esquimal ronca plácidamente.

Natasha sale del iglú donde han pasado la noche hacia la frialdad de la tundra. Le llama la atención que los perros que jalan del trineo no duerman; brincan arremolinados sobre lo que la rusa piensa es una presa. Debajo del enjambre de los dieciséis perros alcanza a distinguir un pie descalzo de ser humano. Rápidamente toma el látigo y alarmada comienza a tirar latigazos sobre los lomos de las bestias, convencida de que se están devorando a su amiga. Para su sorpresa, descubre que, muy por el contrario, los perros no están haciéndole ningún daño a Rebeca sino que la cubren de lengüetazos llevándola a un éxtasis que sólo se puede lograr con más de una...

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