Entregas en caliente / El jardín escondido

Cuando Rebeca salió huyendo del penal iba desnuda. Sabía que no debía detenerse ni un solo instante. Su libertad y la de Paco Jones corrían peligro si ella perdía segundos vistiéndose. Pensó que era mejor pasar vergüenzas que regresar a las celdas y perder la posibilidad de rescatar al mensajero más tarde. Ahora estaba segura que él lo amaba. Sacrificarse ahí adentro para que ella pudiera huir era la prueba de amor más contundente.

Rebeca corrió por las calles frías y asfaltadas como una loca desenfrenada. Lo curioso es que nadie volteaba a ver su maravilloso cuerpo. Nadie dejaba de hacer lo que estuviera haciendo para observar sus tetas brincar hacia arriba y hacia abajo conforme ella aceleraba el paso de su carrera. Tampoco nadie se interesaba en voltear a ver sus suculentas nalgas marcar el paso firme y ágil de una gacela.

No. Las personas se concentraban en otros asuntos. Todos, hombres y mujeres estaban uniformados con colores cafés oscuros y parecían dirigirse a un solo lugar. A la plaza central, seguramente para un gran discurso.

Rebeca observó que nadie la perseguía, pero no quiso confiarse. Tenía el temor de que a la vuelta de la esquina saliera algún guardia para atraparla. También sospechaba de todo aquel que pasara a su lado, sin embargo, nadie la volteaba a ver siquiera.

Se topó con grandes monumentos con antorchas encendidas. Pasó al lado de una plaza donde había un gigantesco martillo acompañado de una gigantesca hoz y una monumental antorcha. Sin dejar de correr, pasó por debajo de un arco formado por dos mujeres que sostenían, nuevamente, una enorme antorcha. Después, siempre desnuda, corrió al lado del río sin rumbo fijo buscando un lugar que la hiciera sentir segura, pero no lo encontraba, por...

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