Entregas en caliente / La isla del diablo

-Hora de despertar, capitán -escucha Ricky una voz, desde la superficie de su sueño. Luego una patada en la cara le dice que no es un sueño, que en efecto alguien quiere despertarlo.

Cuando Ricky vuelve en sí ya ha amanecido. Aún no sale el sol, pero las nubes sobre el mar ya son nítidas y puede verse que la marea ha subido. El barco pirata avanza como traído de otra época rumbo a quién sabe dónde.

-¿Por qué no vamos hacia el este? ¿Por qué no nos dirigimos hacia Cartagena? -pregunta Ricky a los siete hombres corpulentos que lo miran.

-Ya no vamos a Cartagena -le dicen. Es obvio, se trata de un motín.

-Yo soy el capitán, yo soy Enríquez de la Vera Manriqueña, terror de las costas panameñas, amo del Caribe, corsario español.

Los hombres se carcajean. Con sus ropajes de antaño, los marineros son altos, fuertes, morenos, parecen invencibles, sanos, y no como cadáveres de 300 años de antigüedad.

-Usted no es el capitán Manriqueña. Usted es sólo un sujeto cualquiera que está poseído por el espíritu de nuestro capitán. Y, por lo tanto, no le debemos ninguna obediencia. Vamos a ir a donde se nos dé la gana.

-¿Ah sí?, ¿y a dónde se les da la gana? -pregunta Ricky indignado.

-A la isla del diablo. Y de ahí, nunca podrás salir.

Los hombres lo llevan hacia el calabozo y lo dejan ahí, en la oscuridad. Muchas preguntas invaden su interior. ¿A qué se refieren con que sólo es un hombre cualquiera? ¿A qué se refieren con que sólo es un cuerpo poseído por el espíritu del pirata? ¿Y Olivia? ¿En dónde estaba? ¿Quién era él? ¿Dónde había estado todos estos días?

Y entonces ocurrió. Como un vendaval incontrolable, le comenzaron a llegar los recuerdos. Natasha, Rebeca, Paco Jones. Su taxi, las garnachas de la colonia Guerrero, la vecindad en donde creció.

Claro, él era Ricky, Ricardo, el mejor amigo de Paco quien...

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