Entregas en caliente / En el iglú

AutorGuillermo Hérdez

La construcción de un iglú no es sencilla. Consiste en acomodar grandes cubos de hielo en una espiral que va formando una bóveda mientras se eleva: de ahí su peculiar forma. Además, estos cubos no son sino nieve apelmazada. Los esquimales los crean para resistir a la intemperie. Parece paradójico, pero lo que congela, en esas latitudes, no es el hielo sino el viento. Y la forma de los iglúes sirve para que las ráfagas se desvíen y no golpeen a los moradores. Dentro, pueden ser algo cercano a una casa: las pieles de los animales los mantienen calientes, incluso llegan a ser confortables.

Para la fortuna de Rebeca y Natasha, quienes han llegado a Alaska acompañando a Kinuk, él es un experto constructor. Dentro del iglú, tiene un perol con agua hirviendo a la temperatura justa para no deshacer el hielo. Es una sensación similar a la de estar dentro de un temazcal, aunque el viento y la temperatura exteriores sean extremas.

Lo que no hay es teléfono ni televisión. Vamos, ni siquiera electricidad. Pero eso poco importa a la hora de entretenerse. Los tres están desnudos desde que el hombre aclimató el espacio. Natasha y Rebeca están hincadas. Juegan a ver cuánto tiempo aguanta el esquimal. Le lamen el miembro por turnos. Es helado, pero sus lenguas consiguen mantenerlo erecto. Una de las reglas es que Kinuk no puede moverse. Así que sólo jadea cuando los labios gruesos de Rebeca envuelven su miembro; cuando el lengüeteo de Natasha se ocupa de sus testículos; cuando un dedo entra por su ano.

Entonces pierde. No aguanta más. Toma con una facilidad pasmosa el cuerpo de Rebeca y lo ensarta mientras Natasha sigue explorando su cavidad trasera: ya tiene todo el pulgar metido...

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