Entregas en caliente / Una cárcel aséptica

AutorGuillermo Hérdez

Dos policías acaban de esposar a Paco Jones y a Rebeca. Acababan de llegar a Corea del Norte en tren. Viajaron en vagones separados. Por eso en cuanto estuvieron juntos comenzaron a besarse. Es cierto que a los coreanos les molestan esas manifestaciones de afecto en público. También es cierto que viven bajo el yugo de un régimen dictatorial. Sin embargo, la ley no obliga a encarcelar a quienes practican el sano ejercicio del besuqueo.

¿Entonces por qué han apresado a los mexicanos?

La respuesta está en el subconsciente. No en el de los coreanos, por supuesto. Sino en el de Paco Jones y Rebeca. Están tan acostumbrados al sexo que unos simples besos no les bastan. Aunque sea con el amor de su vida. Es por esa razón que, en cuanto juntaron sus labios, las cosas se pusieron más intensas. De inmediato abrieron las bocas. Para que sus lenguas iniciaran la danza más antigua de la humanidad. Sus cuerpos se pegaron, por supuesto, en un abrazo que se convirtiera en un escudo para sus besos. Y hasta ahí no habría habido problema.

Los problemas llegaron acompañados de sus manos. El subconsciente de ambos sabía muy bien qué hacer. Por eso pronto las manos de Paco Jones estaban sobando las nalgas de Rebeca, enfundadas en unos pantalones ceñiditos. Rebeca también hizo lo propio. No nada más porque le encantaran los atributos traseros de Paco sino porque así lo empujaba hacia ella: había comenzado a sentir la erección del mensajero y eso le gustaba.

Una cosa llevó a la otra y pronto Paco quiso averiguar la consistencia real de esas nalgas, sin la barrera de la tela. Así que las metió por abajo del pantalón y de la tanguita, con toda la naturalidad del mundo. Misma que compartió con Rebeca, que no sólo le...

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