Entregas en caliente / Ama de casa para siempre

Lo que siente Natasha por Kurt, el demoledor, un luchador callejero que casi la mata, no es amor. Pero se le parece. El hombresote ha cambiado mucho desde que lo conoció, una semana atrás. De un día para el otro dejó las peleas callejeras, en donde se forraba de billetes, y se dedicó a estudiar los textos sagrados de la ortodoxia cristiana. Muy pronto se hizo notar su presencia conversa entre los feligreses de Atlanta y se le reconoció como modelo de decencia y arrepentimiento.

-Vamos a casarnos -le dijo a Natasha, una tarde, mientras miraban por la televisión un programa de concursos y masticaban cheetos con la boca abierta.

-No tan pronto, Casanova, yo tengo novio.

Kurt no la molestó más. Sabía que pronto sacaría de su corazón a aquel, su dueño y aceptaría que eran el uno para el otro. Ella, la rusa exuberante que Dios le puso en el camino para enderezarlo. Él, un hombre trágico que por fin se hallaba frente a la luz.

Aunque Natasha pensaba en Ricky y en su búsqueda, la posibilidad de una vida hogareña era demasiado intensa. Lavaba trastes, veía series en la televisión, reposaba las tardes de los domingos en el porche de la casa mientras Kurt asaba carne y jugaba con Megacock, su perro.

Natasha sabía que debía irse y seguir con sus aventuras, pero algo la obligaba a quedarse.

Y no era sólo el sexo descomunal que tenían en largas sesiones nocturnas. Cuando Kurt volteaba la cruz ortodoxa que decoraba la cabecera de su cama, Natasha sabía que era momento de ponerse húmeda.

Kurt era fenomenal. Aguantaba como un toro. Cargaba a Natasha de las nalgas y luego la dejaba caer como una pluma sobre su miembro medio torcido pero gigante. Y como le gustaba rasurarse y que Natasha estuviera rasurada también, el miembro parecía hundirse entre las...

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