Entregas en caliente

AutorGuillermo Hérdez

-¡Eres un imbécil! -le gritó Natasha al gimnasta olímpico que había conocido en la playa mientras les tomaban fotografías para un calendario.

-Estoy haciendo el ridículo -había reclamado el atleta con su miembro erecto al aire, poco después de que Rebeca lo dejara así.

La gente tomó fotos del momento en que la mexicana, hincada, había estado a punto de meterse la erección del gimnasta a la boca y ahora seguía tomando fotos. El atleta sintió todavía más comprometido su pundonor, así que cuando vio que Natasha también se retiraba, la tomó del brazo y la jaló hacía él.

-Tu amiguita y tú me tendieron una trampa para calentarme de esta manera. Ahora me cumplen. No me van a dejar así.

El gimnasta aprovechó para estrujarle las nalgas a la rusa quien de inmediato se soltó y le lanzó una tremenda cachetada.

-Eres un estúpido; no entiendes nada -dijo Natasha dándose media vuelta y acelerando el paso para no perder de vista a Rebeca que se alejaba siguiendo al misterioso hombre alto y mulato. Sintió mucha angustia por su amiga. Quería pasar desapercibida para descubrir por qué Rebeca lo seguía sin voluntad, como si fuera su esclava. El hombre no tenía la más mínima atención para con ella, como si fuera un animal de su propiedad. El tipo inspiraba mucho temor a su alrededor, la gente lo veía pasar y de inmediato les abría el paso. Algo debían saber de él, aunque su aspecto y su mirada eran suficientes para inspirar temor.

Conforme avanzaban ascendían en pendiente. Natasha se sintió desprotegida. Apenas dejaron la playa le tocó ver cómo un montón de adolescentes le arrebataban a la gente todo lo que podían, bolsas de mano, relojes, mochilas, celulares, audífonos, cámaras fotográficas. Ella no llevaba casi nada puesto que le robaran, pero más miedo le dio cuando...

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