Enrique Krauze/ El poder olvidado

AutorEnrique Krauze

México tiene varias citas con la modernidad pero pocas más urgentes que la que atañe al sistema de justicia. México, el país donde la justicia se compra y se vende, se esquiva o se hace objeto de burla. La tierra donde la "Revolución hizo justicia" a los generales, dotándolos de los mismos latifundios contra cuya existencia se habían levantado en armas. El lugar donde impera la Ley de Herodes y donde los mariachis entonan una y otra vez la famosa canción de José Alfredo: "y mi palabra es la ley".

Hay algo de caricatura en todo esto, pero no demasiado. La mayoría de los análisis que circulan sobre México en el extranjero consignan repetidamente la fragilidad de nuestro Estado de derecho. Un amigo estadounidense que no sólo no nos malquiere, sino que participa activamente en una organización defensora de los inmigrantes mexicanos, resumió el problema en una frase incomprensible todavía para muchos compatriotas: "Si la señal dice que la calle es de un sentido, es de un sentido."

El desdén del mexicano por la ley tiene orígenes diversos y remotos. Sospecho que, como tantas otras actitudes públicas, proviene de la cultura política novohispana, desdeñosa de las leyes creadas por el hombre, respetuosa sobre todo de la ley natural. Desobedecemos las señales porque la naturaleza no tiene calles de un solo sentido. Pero la degradación del sistema judicial tiene una razón menos inconsciente y más directa: la supeditación histórica del Poder Judicial al Ejecutivo.

Curiosamente, durante la Colonia había una división de poderes más efectiva que en tiempos del PRI: el virrey y la Audiencia eran brazos distintos y opuestos de la misma Corona, y la institución del Juicio de Residencia (arraigo del virrey mientras se revisaban sus cuentas) nos habría ahorrado muchos escándalos sexenales. Durante el siglo XIX, en innumerables congresos federales y estatales, las generaciones liberales intentaron arraigar entre nosotros el respeto estricto a la ley y aun probaron (en la Constitución de 1857) prácticas innovadoras como la elección popular de los magistrados. Por desgracia, cada vez que el árbol de la legalidad comenzaba a florecer llegaba el "pronunciamiento" del caudillo (Santa Anna, casi siempre) que lo cortaba de raíz. En tiempos de Juárez y Lerdo el Poder Judicial llegó a la cúspide de su prestigio: se veía como algo natural que ganara juicios de amparo contra el Ejecutivo. Porfirio Díaz acabó con esa incómoda competencia y los regímenes de la Revolución...

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