Enrique Krauze / Pesimismo nacional

AutorEnrique Krauze

Con respecto a sus gobiernos, el ánimo mexicano oscila entre largos periodos de pesimismo y breves episodios de optimismo. Ahora atravesamos una de esas etapas sombrías, y el estado desastroso del mundo no ayuda mucho a animarnos.

Los fines de siglo en México suelen ser optimistas. El vasto Reino de Nueva España provocó la admiración de Humboldt: "bien cultivado, produciría por sí solo todo lo que el comercio va a buscar en el resto del globo". El origen de ese auge evidente eran las Reformas Borbónicas que despertaron a España de su siesta imperial, acotaron el poder de la Iglesia y liberalizaron el comercio internacional. México parecía destinado a cumplir la promesa prefigurada en su geografía: "El Cuerno de la Abundancia". La confianza de los criollos (que heredarían el país) persistió a pesar de la larga Guerra de Independencia, hasta alcanzar una cumbre en 1821, el año más optimista de la historia mexicana. "La opulenta México" -como nos llamó Bolívar- nació creyendo en su destino providencial.

Vanas ilusiones. Al año siguiente apareció el enemigo histórico del optimismo mexicano: la violencia. Sobrevinieron guerras civiles, golpes de estado, secesiones, guerras étnicas, guerras internacionales. Los caminos se volvieron intransitables. Y, tras el trauma de la derrota contra Estados Unidos, los orgullosos criollos terminaron por identificarse con el derrotado imperio de los Mexicas.

A fines del siglo XIX recobramos el optimismo. El México liberal instrumentó una serie de trascendentales reformas: acotó el poder temporal y espiritual de la Iglesia, la separó del Estado, creó instituciones civiles, abrió el libre comercio nacional e internacional, fomentó la inversión externa para el desarrollo de la infraestructura. Los resultados materiales fueron notables.

El peso de plata mexicano circulaba como moneda fuerte en Europa, Norteamérica y hasta en China.

Vanas ilusiones. Aquel progreso económico eludió los nuevos y viejos problemas sociales y generó un agravio que no encontró vías políticas de expresión y reforma. Así fue como en 1910, en el cenit del optimismo liberal -las "Fiestas del Centenario"-, reapareció la violencia. En la década siguiente, la revolución social dejó centenares de miles de muertos.

Tras la Revolución vino la calma relativa pero no el optimismo. No cesó la violencia política y los caminos siguieron siendo intransitables. Ciertos...

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