Enrique Krauze / Paréntesis de fantasía

AutorEnrique Krauze

El futbol puede no ser un ritual inocuo: provoca brotes repugnantes de chovinismo y racismo (como ocurre en los estadios europeos), ha servido como cortina de humo a gobernantes criminales (Argentina, 1978) y alentado espejismos ridículos sobre el destino nacional encomendado a 11 muchachos persiguiendo un balón ("Por qué no le dan una pelota a cada uno, y se acaban los problemas", dijo más o menos Borges).

Pero en este mundo violento y discorde, el futbol, como el carnaval en Brasil, es un paréntesis hecho de fantasía, un paréntesis bienvenido.

Su auge en México es reciente. Durante la primera mitad del siglo 20 otros deportes rivalizaban sanamente con él.

Al beisbol lo habían traído las empresas estadounidenses (dedicadas a la extracción de petróleo y los ferrocarriles) asentadas a lo largo de la frontera norte, el Golfo de México y las costas del Pacífico. El futbol "americano" gozó de arraigo entre los estudiantes de las dos principales instituciones de enseñanza superior que había entonces: la UNAM y el Politécnico. El box congeniaba muy bien con el carácter estoico del mexicano.

Pero desde los albores de la Segunda Guerra Mundial, éstos y otros espectáculos (la lucha libre, los toros, las peleas de gallos) comenzaron a ceder ante un juego importado hacia 1902 por los mineros ingleses de Pachuca al que nadie llama "soccer", sino simplemente "futbol", y que hoy es el deporte nacional.

Fui testigo de la explosión de su popularidad. Todavía a mediados de los 50, la geografía del futbol se limitaba al centro del País: desde Guadalajara y el Bajío hasta Morelos y el DF.

Pero a fines de esa década y ya plenamente en los 60, llegaron las grandes novedades: los famosos "Pentagonales" con grandes equipos (el Dukla de Praga, el Santos, el River Plate), los primeros partidos en el estadio de Ciudad Universitaria, la inauguración del Estadio Azteca, la rivalidad entre el Guadalajara y el América, las transmisiones por televisión.

En el origen de estas historias estuvo la amistad futbolera de Guillermo Cañedo y Emilio Azcárraga Milmo. Todo cambió de escala: el público, los estadios, la cobertura geográfica y hasta el estilo narrativo. La sobriedad de los locutores clásicos (Agustín González "Escopeta", Julio Sotelo, Toño Andere, Cristino Lorenzo) dio paso a la imaginación verbal de Ángel Fernández, la crónica filosófica de Fernando Marcos, entre otros.

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