Enrique Krauze / Monarquismo mexicano

AutorEnrique Krauze

"México nunca se consolará suficiente de no haber sido una monarquía". La frase que Octavio Paz me confió, casi en secreto, alguna vez, resonó en mi memoria mientras recorría pausadamente, con inagotable asombro, la exposición "Yo, el Rey" en el Munal. Sus palabras tenían un dejo de melancolía, la convicción de una posible pero malograda historia imperial.

Todo el peso de la tradición monárquica se me vino encima desde la primera sala: el imponente trono, vacío de presencia corporal (nunca un monarca español visitó sus reinos de ultramar) pero lleno de una presencia política y religiosa que atravesó tres siglos, perduró a lo largo del turbulento siglo XIX y el revolucionario siglo XX, hasta llegar al siglo XXI, extrañamente transformada en sus contenidos pero no en su esencia: la nostalgia de un poder terrenal y espiritual absoluto.

Esta misma fijación con el poder impide valorar zonas creativas de la vida mexicana, como la cultura y las artes. "Yo, el Rey" es una muestra de excelencia, entre muchas. Su concepción implicó la colaboración de decenas de museos, instituciones, colecciones privadas, para integrar un viaje a través de cinco siglos que sorprende, ante todo, por su variedad: tapices, óleos, medallas, estatuas, grabados, documentos (ejecutorias, cartas), joyería de toda índole, esculturas, bocetos arquitectónicos, biombos, vestidos. El recorrido es notable, por su claridad narrativa: los avatares de la efigie real, las imágenes militares y religiosas de la monarquía y, finalmente, la supervivencia de esa tradición en los infaustos imperios de Iturbide y Maximiliano.

La monarquía buscó espejos mitológicos e históricos que la reflejaran: Hércules cargando al mundo en sus hombros, arcos triunfales de la antigua Roma, obeliscos egipcios. Pero en México su dominación debía confrontar otro pasado no menos ilustre. Quizá la pintura más sobrecogedora de la muestra es un retrato de Moctezuma vencido, infinitamente sombrío, idéntico al que narran las crónicas de Fray Diego Durán. Ha depuesto su espada y su corona, tiene la mirada perdida y humillada, la piel cetrina, y casi implora la muerte. Pero lo extraordinario es el hallazgo en el mismo lienzo (con las modernas técnicas de rayos X) de una pintura que la precedía: es Moctezuma también, coronado y armado, altivo y orgulloso, con la cabeza erguida. El pintor desechó la primera y plasmó la segunda: en ese tránsito...

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