Enrique Krauze / Lecciones venezolanas

AutorEnrique Krauze

He dedicado los pasados nueve meses a la concepción, gestación y parto (psicoprofiláctico, naturalmente) de un libro sobre Hugo Chávez, su dominio sobre Venezuela y su influencia en América Latina. Se titula El poder y el delirio. Mi interés primordial ha sido acercarme a la circunstancia de aquel país para intentar comprenderla en sus propios términos, pero desde el comienzo advertí que la experiencia venezolana arroja luz sobre la mexicana, y viceversa. "Quien sólo conoce España no conoce España", me dijo alguna vez Hugh Thomas, el gran historiador de Cuba y de la Guerra Civil Española, mientras preparaba su obra sobre la Conquista. Lo mismo cabe decir en el caso mexicano: al ignorar a América Latina nos ignoramos a nosotros mismos.

De las numerosas lecciones que podemos extraer de la historia contemporánea venezolana hay una que me parece fundamental porque resume todo lo que los mexicanos no debemos hacer si queremos preservar nuestra bisoña democracia.

En febrero de 1959, Venezuela dio inicio a la etapa democrática más fecunda de su historia. Su primer período (1959-1974) fue en verdad extraordinario. En un país con el trasfondo tiránico más persistente y violento de América, en un país con escasísima tradición democrática (las primeras elecciones se habían llevado a cabo en 1947), las principales fuerzas políticas (Acción Democrática de Rómulo Betancourt, COPEI de Rafael Caldera y Unión Republicana Democrática de Jóvito Villalba) habían llegado a un acuerdo (el famoso "Pacto de Punto Fijo") mediante el cual respetarían escrupulosamente el resultado de las elecciones y el Estado de derecho en un marco de insólita convivencia política. Ese pacto anticipó por casi 20 años al de la Moncloa y 42 años a la transición mexicana.

El primer gobernante del nuevo orden fue Rómulo Betancourt, a mi juicio el demócrata más notable de la historia latinoamericana y cuyo centenario en 2008 ha pasado casi desapercibido. En su quinquenio, Betancourt enfrentó golpes militares de derecha, un brutal atentado ordenado por Trujillo y varios movimientos insurreccionales orquestados por Cuba con guerrilleros cubanos y venezolanos. No sólo libró esos escollos con éxito sino que echó las bases de un crecimiento económico continuo que se consolidó en las administraciones siguientes de Raúl Leoni y Rafael Caldera. Ese avance se logró más con la creatividad y el trabajo de los venezolanos que con el petróleo, y se acompañó con un progreso social indiscutible.

Los...

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