Enrique Krauze / Debatir el petróleo

AutorEnrique Krauze

Muchos progresistas, que dicen detestar a la reacción, continúan su obra.

Gabriel Zaid

Los conservadores del siglo XIX, discípulos de Lucas Alamán, eran partidarios del proteccionismo industrial y el intervencionismo del Estado, detestaban a los Estados Unidos, se oponían a la inversión extranjera y la inmigración. Sus adversarios liberales -la generación de Juárez- creían en la libertad de comercio, criticaban el paternalismo estatal, admiraban el modelo económico y político de los vecinos del norte, alentaban la inversión foránea y la inmigración. Ambas posturas tenían puntos razonables y en ambas había todo tipo de matices. El acuerdo o el compromiso no era imposible, pero en vez de debatir civilizadamente sus diferencias (no sólo las económicas, por supuesto, sino las teológico-políticas) decidieron matarse por ellas.

Al triunfo de la República en 1867, los liberales desterraron a los conservadores del discurso público e impusieron su proyecto económico. Pensaban que el ferrocarril sería el detonador que sacaría al país de su atraso de siglos. "Donde hay ferrocarriles... -escribió Francisco Zarco- ...la paz está asegurada... el orden no necesita apoyo... todos están interesados en conservarlo". "Los ferrocarriles -creía Guillermo Prieto- ...podrán cambiar en opulencia la actual pobreza del país" (Lecciones elementales de Economía Política, 1876). El diagnóstico era claro, pero México carecía de los capitales necesarios y la capacidad de ejecución para llevarlo a cabo. Había que atraer la inversión extranjera.

Comenzó a llegar hacia 1880, detonó la inversión nacional, pública y privada, y atrajo inmigrantes europeos, activos e industriosos. Se tendieron 19 mil kilómetros de ferrocarriles, se cubrió el territorio con redes telegráficas y correos, se multiplicó la actividad minera y el desarrollo urbano, dio comienzo la explotación del petróleo, se construyeron instalaciones portuarias como Salina Cruz, prosperó la ganadería y la agricultura de exportación, se diversificó la industria, se amplió el comercio internacional, etc... Al margen de sus inadmisibles fundamentos políticos e inequidades sociales, el beneficio económico del programa liberal fue mayor que el costo, sobre todo que el costo de no haber hecho nada. Y, como demostró Daniel Cosío Villegas, frente a los inversionistas del extranjero el gobierno porfirista se manejó con astucia, sentido de equilibrio y responsabilidad. La huella de aquellos proyectos y realizaciones es...

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