Enrique Krauze / Cuidar la democracia

AutorEnrique Krauze

Si el agravio que siente la mayoría de los mexicanos lleva al poder a la oposición en cualquiera de sus corrientes, la prioridad nacional debe ser cuidar la democracia. Si el partido en el poder prevalece, también hay que cuidarla. Al margen de las querellas políticas, en cualquier escenario, no hay que tirar el agua del gobierno con todo y el niño de la democracia.

Fue Daniel Cosío Villegas -a quien conviene leer en estos tiempos, y en todos- quien aplicó acaso por primera vez la teoría de agravio a nuestra historia. En el primer tomo de su magna Historia moderna de México (dedicado a la República Restaurada) recordó las reflexiones sobre la democracia del vizconde Bryce (1838-1922), pensador político inglés que distinguía dos formas principales en las que aparece la democracia: "a veces nace del deseo apasionado de satisfacer agravios cuya existencia y agudización se atribuyen a un mal gobierno"; en otras, es producto de una convicción teórica. En México, pensaba don Daniel, la cíclica irrupción de la democracia correspondía a la primera forma:

Nosotros [...] hemos alimentado nuestra marcha democrática bastante más con la explosión intermitente del agravio insatisfecho, que con el arrebol de la fe en una idea o teoría, lo cual, por sí solo, ha hecho nuestra vida política agitada y violenta, y nuestro progreso oscilante, con avances profundos seguidos de postraciones al parecer inexplicables.

Cosío Villegas pensaba que el ciclo de agravio/desagravio era visible en nuestra historia independiente y moderna. La dominación española constituía un agravio para los futuros mexicanos, que no cejaron hasta lograr su propósito de Independencia. Pero el avance político y económico que lograron los regímenes (real o nominalmente liberales) del siglo XIX fue -como suele ser- lento, lo cual incubó un nuevo agravio social. Y, obedeciendo al antiguo patrón de cobrar los agravios con "embestidas singularmente destructivas", estalló la Revolución mexicana. A partir de 1920, el régimen sui géneris (revolucionario, no democrático) que gobernó al país logró medio siglo de relativa estabilidad. La matanza de estudiantes en 1968 y la quiebra de 1982 abrieron una nueva herida.

En "El timón y la tormenta", ensayo publicado en Vuelta en octubre de 1982, advertí la existencia de un nuevo agravio. Provenía del manejo desastroso que el gobierno de José López Portillo había hecho del extraordinario ingreso petrolero que tuvimos en esos años. En vez de "administrar la...

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