Enrique Krauze / Calígula en Twitter

AutorEnrique Krauze

Desde que apareció en escena, Trump ha estado hasta en la sopa de los ciudadanos de Estados Unidos. Conforme su inverosímil candidatura fue tomando vuelo, comenzó a estar presente en las sopas de todo el mundo. Los medios y la prensa (que, con excepciones despreciables como Fox News, se le oponen radicalmente) no podían dejar de seguirlo. El deber de informar se convirtió en una cacería por el rating, que encabezaba Trump. Y en un momento el fenómeno se les fue de las manos. Cuando ya era tarde, se dieron cuenta de que Trump dictaba los tiempos, las agendas, los temas. En la naturaleza de los demagogos está olfatear esa sed pública y saciarla poco a poco, hasta crear adicción a su palabra, a su política, a su persona.

Desde hace tiempo el fenómeno Trump me ha recordado mi experiencia venezolana. Un domingo de 2008, una pareja de amigos me invitó a almorzar en su casa. Vendrían periodistas, intelectuales, escritores, empresarios y algún líder de la oposición. A medio día, todos se congregaron en la sala con gran expectación. El anfitrión encendió el televisor. Tomamos nuestros lugares. ¿La Serie Mundial? ¿Una película en DVD? No. La ceremonia era otra: contemplar, como cada domingo desde hacía meses, como cada domingo en los años siguientes, al comandante Chávez gobernar "en vivo y en directo" en su programa "¡Aló, Presidente!". ¿Qué los llevaba como imán a ese ritual? Fascinación, incredulidad, pasmo, miedo, morbo, horror impotente ante una ofensa repetida e incurable. Todo junto. Chávez los había hechizado.

Era una enfermedad universal, una epidemia. Escuché a jóvenes venezolanos lamentar esa adicción nacional en estos términos: tengo una década de desayunar, comer y cenar con Chávez. Chávez es el tema de todas las conversaciones. Chávez en el sueño y la vigilia. Chávez entre semana y el fin de semana. Chávez se robó parte de mi infancia y toda mi adolescencia. Chávez ha dicho que permanecerá en el poder hasta 2030. Temo que Chávez se robe mi vida adulta. Temo envejecer y que Chávez siga ahí. Temo morir antes que Chávez. Temo que Chávez sea eterno.

Los dictadores (en particular los que llegan al poder con el veneno de la demagogia) tienen esa característica: son adictivos. Es difícil dejar de verlos, escucharlos, seguirlos. ¿Qué nueva locura se le habrá ocurrido? En el caso de Chávez, solía imponer sus famosas cadenas de trasmisión nacional a propósito de...

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