Encuentros con México / Una región de roca, amate y rituales (II)

AutorRicardo Diazmuñoz y Maryell Ortíz de Zárate

Huapalcalco

A 2 kilómetros de Tulancingo; 5 minutos

Para arribar a la zona arqueológica, asiento del Tulancingo prehispánico, hay que tomar la avenida Juárez, cruzar en línea recta la carretera federal y doblar a la derecha al llegar a una miscelánea denominada "Arriba la Zorrita".

En esta área, aún sin explorar en su totalidad, se erigió una de las más grandes ciudades del imperio tolteca. La leyenda cuenta que en este sitio perteneciente al periodo preclásico vivió Quetzalcóatl antes de gobernar en Tula. Los vestigios que contemplamos actualmente son escasos. El denominado grupo VI está constituido por una plataforma artificial sobre la que se construyeron en distintas épocas estructuras de muros inclinados. Al centro de la plaza se yergue una piedra ceremonial frente al único basamento de considerables proporciones que se encuentra derruido en parte y recuerda el arte constructivo de Teotihuacan. El asentamiento está protegido por grandes macizos de roca que evocan figuras fantasmagóricas.

Se trata de arquitectura armónica emplazada en un lugar luminoso.

Pahuatlán

A 42 kilómetros; 46 minutos

Después de pasar Honey, pequeña población que lleva el nombre de su fundador -un inglés que instaló en el lugar una fábrica de pinturas y donde suele nevar con frecuencia-, se llega a La Cumbre, donde empieza el descenso por empinadas laderas con campos de labranza y huertos que, en ocasiones, llegan a ser casi verticales. Mil metros abajo está Pahuatlán, en el estado de Puebla, con su río San Marcos y el puente que divide la zona nahua de la otomí.

Deténgase en los miradores. La escarpada sierra poblana es subyugante, sensual. Los pueblos y caseríos se esparcen en las cúspides y anfractuosidades ensalzando a la naturaleza.

Pahuatlán es topónimo de origen náhuatl y significa "junto a la fruta" o "entre los frutales". El pueblo está recostado en las faldas del cerro Ahilán, conformación orogénica de imponente aspecto que se yergue a mil 60 metros sobre el nivel del mar; su aspecto es muy mexicano y conserva, casi en su totalidad, el patrón de la arquitectura regional. No ha faltado quien edifique algunos adefesios, rompiendo la armonía de las encantadoras calles. A pesar de ello, durante la caminata se aprecian viejas casonas de dos pisos con sus balcones de hierro forjado y plomo fundido, así como una grácil distribución del caserío entre el que destacan las casas de una planta, de techos muy altos sostenidos por la reciedumbre de una viguería...

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