Encuentros con México/ La historia agazapada

AutorRicardo Diazmuñoz y Maryell Ortiz de Zárate

"Todo camino brinda nuevos campos propicios"

Novalis

El estado de Morelos es un espectáculo de haciendas, templos y monasterios que seducen particularmente por la luz generosa del paisaje en que están insertos. Las construcciones que presentamos en esta ruta corresponden al periodo que va desde 1525 a 1580 (siglo 16), excepto la de Cuautla, que se inició a principios del Siglo 17; en cada una de ellas se agazapan la historia, un arte sagrado en deterioro (en algunos templos) y un simbolismo místico que revela en ideas abstractas y figurativas la devoción a lo divino.

Las edificaciones monásticas, de belleza impotente frente al misterio del tiempo, fueron punto de partida para satisfacer las ambiciones de la Corona Española, los ensueños y la voracidad de cientos de conquistadores y los intereses de los misioneros; éstos, a lo largo de tres definidas rutas de evangelización, fueron adueñándose de tierras, recursos naturales, vías comerciales y medios de producción. Dominicos, agustinos y franciscanos se distribuyeron en diferentes puntos estratégicos del actual territorio morelense, conforme a las pretensiones socioeconómicas del virreinato.

Los franciscanos se asentaron en el señorío de Cuauhnáhuac, con cabecera en Cuernavaca, ruta ideal para el intercambio de especias con Japón y Filipinas; los agustinos se establecieron en zonas de pequeños señoríos que posteriormente constituyeron Tlalnáhuac, con cabecera en Yecapixtla; y los dominicos se instalaron en el señorío de Amilpas, con cabecera en Oaxtepec, apropiándose de la ruta de los minerales.

Los conflictos suscitados entre la Corona Española y los conquistadores indujeron, con el paso de los años, al abandono de los monasterios, los cuales han sido restaurados con frecuencia. Visitarlos, adentrarse en sus espacios con expectación, nutrirse del paisaje que los rodea, gustar de su arquitectura y del enjambre de detalles que los diferencian, es participar de una aventura que está más allá de lo imaginable. A cada paso, los monasterios se animan con sorpresas que cautivan por su encanto inmediato o por la sensación de lejanía. A veces hablan; por momentos despiertan las fuerzas oníricas del visitante; en ocasiones invitan a fabular o a dejarse arrebatar por las constantes ilusiones ópticas que germinan en la armonía de sus espacios.

Hemos recorrido la Ruta de los Monasterios varias veces para columbrar, en diferentes estaciones, las mudanzas del paisaje; en consecuencia, podemos aseverar que...

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