Encuentros con México / Fervor y miel en Acatzingo (IV)

AutorRicardo Diazmuñoz y Maryell Ortíz de Zárate

"Un viajero observa con curiosidad hacia todas partes"

Ricardo Diazmuñoz

Acatzingo (continúa)

La atmósfera de la población se mece al compás de tres tiempos: el reposado de entre semana, excepto el martes, día de tianguis; el modelado por visitantes apresurados los sábados y domingos, y el festivo y profundamente devoto el 14 de septiembre. Ese día, la casi totalidad de los habitantes de la localidad amanece preparando los festejos a la Virgen de los Dolores, "la Jefecita".

Por todas las calles del centro y las aledañas se ven personas ornamentando las aceras con arreglos diversos: maceteros, lámparas, candiles, varas florales y un miscelánea inusitada. Se pica alfalfa y se terminan de pintar centenares de kilos de arena y aserrín (se empezaron a pintar 20 días antes) para elaborar los casi ocho kilómetros de alfombras por los que pasará la procesión con la imagen de la Virgen.

En casas y talleres se emperifollan las canastas con frutos, verduras y flores que se colocarán sobre las alfombras. A medida que transcurre el tiempo el paisaje urbano sufre una lenta metamorfosis mientras van llegando de muy distintos rumbos peregrinos y místicos.

Al iniciarse la procesión, a las 11 de la noche, el alma de los acatzincas y visitantes se transporta a otras dimensiones entre el estruendo de los cohetes y la fugacidad luminosa de los fuegos artificiales. Miles de personas acompañan a la Virgen de los Dolores en el periplo que concluye a las 8 y media de la mañana del día siguiente, justo en el lugar de donde partió, la parroquia de san Juan Evangelista, cuya construcción se terminó el 24 de junio de 1691, día de san Juan Bautista.

El púlpito de la nave central, de mármol y con marcos de caoba, es una de las múltiples joyas que engalanan el recinto; y aunque el retablo del altar mayor nos recibe con su lánguida belleza, el deslumbramiento nos arrebata cuando ingresamos al santuario dedicado a la Virgen de los Dolores, engarzado en el lado poniente de la parroquia.

Se cree que la edificación del santuario se inició en 1695, concluyéndose en 1719, según consta en la inscripción de la cúpula revestida con azulejos de Talavera. Una estupenda reja de hierro forjado, obsequio del marqués de Torre Campo, don Toribio de Cosyo, marca los límites entre ambos recintos.

En el altar mayor del santuario, de estilo churrigueresco, se venera la imagen de la Virgen, un óleo de misteriosa procedencia.

Cuenta la leyenda que en 1609 llegó al mesón de doña Antonia Negreros...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR