Desde mi Ladera/ Empresario y hombre macizo

AutorJuan López

En la plática anterior, es decir, la sostenida con don Antonio Leaño Alvarez del Castillo, Rector de la Universidad Autónoma de Guadalajara, narré cómo fue que don Raymundo Gómez Flores consiguió que don Antonio Leaño PLATICARA con el señor don Alvaro Ascencio Tene y con un servidor.

Terminada la plática con el señor Rector Leaño Alvarez del Castillo, a la que asistió don Raymundo en su alta y distinguida calidad de amigo de los PLATICANTES, como ya estábamos entrados en gastos y dispuestos a comer, convenimos en que aprovecharíamos el tiempo para PLATICAR un poco y, que esa PLáTICA la compartiríamos con usted, heroico lector, que lee estas PLáTICAS DOMINICALES en DESDE MI LADERA en nuestro periódico MURAL.

Para entrar en materia, bueno es decir que cuando ve uno a don Omar Raymundo Gómez Flores, da la impresión de ser una torre de ajedrez, por su contextura física y por la fortaleza de su talante fuerte, seguro y macizo, cualidades que me recuerdan a un Rocky Marciano de la vida; pero la torre que es debe completarse, como cimera, con un caballo en su cúspide, porque cuando don Raymundo actúa parece que se mueve con los engaños de la verdad, de la certeza y de la franqueza, pero, siempre con suma cautela, con toda la prudencia del mundo, con el mayor de los conocimientos de causa, sin cometer errores, ni menos horrores, con la técnica con la que se mueven o se deben mover los caballos en el tablero.

Pero a lo anterior habrá que agregar, que a ratos aparenta, que además de avanzar como un caballo purasangre, avanza también como un alfil: rápido, pero de lado; aunque hay quien dice que sus movimientos son los de la reina, la que se mueve por todos lados de las casillas, para adelante, para atrás, para un lado, para otro, porque don Raymundo todo lo hace, para cuidar a su rey, rey de él, rey que es para él mismo, don Raymundo.

La pura envidia

Como aperitivo de nuestra PLáTICA me permití decirle, que yo estaba seguro, segurísimo, que si él, don Raymundo, hubiera matado a sus padres, a su esposa o a sus hijos, perdón por el pésimo "hubiera", buena parte, disculpen, mala parte de quienes le tratan ya le hubieran encontrado una justificación o, cuando menos, una explicación a su conducta.

En otras palabras, ya le hubieran perdonado esos posibles y absurdos crímenes, pero, lo que no se le perdonará jamás de los jamáses a don Raymundo, es y será su audacia, su seguridad, su desenfado, su talento y su talante y, sobre todo su éxito; porque el verde que se ve a diario no es el verde de la esperanza, ni el verde de la clorofila, el verde que nos enceguece, es el verde de la envidia, esto es, el verde de entristecerse del bien ajeno y alegrarse del mal de los demás.

Don Raymundo sabe y de esto tiene total ciencia y conciencia, que él es un simple administrador de lo que ha hecho, de lo que ha tenido, de lo que tiene y de lo que tendrá, que va de paso, que la realidad es, que no es dueño de lo que sí es dueño, pues, la verdad es que no somos señores ni de nuestra vida, menos de las cosas que nos rodean, de las que producimos o de las que ayudamos a que...

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