Elfriede Jelinek: La supresión de la identidad ajena

AutorElfriede Jelinek

En las últimas elecciones municipales celebradas en Viena, un partido que se ha convertido en un auténtico movimiento derrotó a los otros (y esos otros son también los extranjeros). El antaño partido liberal, el Freiheitliche Partei (FPÖ), consiguió triplicar sus votos, al igual que en los restantes estados federales de Austria. Sus votos son voces que también se oirán en el extranjero porque ya no se les puede ignorar. La eliminación de los/las extranjeros/as ha funcionado hasta ahora. Las cárceles están atestadas de extranjeros con orden de expulsión. En ellas hay -en condiciones a veces más lamentables que las de los peores criminales- solicitantes de asilo y exiliados, incluso gente que no cumplió con el plazo previsto para solicitar la prolongación de su permiso de residencia o el de sus familiares. Aquí ya no entra nadie que no sea como nosotros. Esa campaña electoral extremadamente populista y xenófoba ha dado, pues, los frutos que ya llevaban un buen tiempo colgando, tentadores, ante nuestra boca.

"Extranjeros fuera" era otrora la consigna de la derecha extraparlamentaria más radical, en aquella época aún prohibida. Mucho me temo que hoy en día una consigna electoral así no irritaría a nadie. Y aguardo atemorizada la próxima campaña, pues pronto vendrán esas elecciones y demostrarán al mundo que ya nos podemos comer enteros esos frutos que hemos sembrado y que deseamos cosechar. Nosotros y sólo nosotros: tan cercanos y, sin embargo, tan inasibles porque nos basamos en la nada, en el aniquilamiento del otro. Nos revolcamos en el polvo de nuestra música folclórica, de nuestros conjuros mozartianos y de nuestros caballos blancos expertos en bailar valses.

Nuestra identidad se basa en la supresión de la identidad ajena. Y cuando hurgamos en busca de ella, cuando rebuscamos en el armario de nuestras queridas exquisiteces, nuestra Sachertorte, la nata montada, el Apfelstrudel, sólo encontramos... nada, porque esas cosas tan bonitas, mediante las cuales procuramos distinguirnos de los otros, quedan en ese mismo instante suprimidas. Se reducen a nada, puesto que los otros han dejado de existir por nuestra culpa: "de la nada a la nada, entre Nada y Nada" (Kleist).

La sensación colectiva de una infinita inocencia que caracteriza a los austriacos hace que culpen a los otros, para poder expulsarlos, eliminarlos, aniquilarlos.

La xenofobia y el antisemitismo, que en Austria parecen fundamentarse en la naturaleza, pues se presentan con una naturalidad casi orgánica y tienen una y la misma raíz, son repeticiones de algo aparentemente fijo y dado. El antisemitismo austriaco se basa sobre todo en el catolicismo, en esa religión de Estado austriaca (nunca he vivido tanto odio en Austria como hace unos años, cuando, con ocasión de la visita del Papa, un borracho lanzó una botella contra el convoy del santo viajero), en el consenso generalizado de que los "asesinos de Cristo" deben de ser eliminados, incluso ahora que ya apenas quedan judíos en nuestro país.

El último y recién publicado estudio sobre el antisemitismo austriaco ha vuelto a demostrarlo con claridad (confirmando los estudios precedentes). Todo ello ha ido acompañado de manifestaciones encolerizadas de los políticos austriacos, en particular del entonces alcalde de Viena Helmut Zilk (como consecuencia de ello, un paquete bomba le arrancó parte de la mano; nadie debería aprender algo de manera tan dolorosa), quien poco antes de las elecciones calificó la profanación de tumbas judías en el viejo...

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