Eduardo R. Huchim / El peligroso Contingente Carriola

AutorEduardo R. Huchim

Pasado el "mexican moment" que sólo habitó en algunos medios de comunicación, agotada la negociación política que desdibujó a la oposición, apagada la euforia por las reformas estructurales, sometidas amplias porciones de la sociedad al cruento asedio de la delincuencia, México parece un navío sin rumbo y sin timonel.

Se va 2014, con su cauda de sangre, dolor, rabia, pobreza. Amanece 2015 en medio de un panorama sombrío porque tenemos un Estado que falla, aunque no alcance -todavía- el estatus de fallido. Ahí, en la cúpula, necesitamos estadistas, de aquellos que piensan en la próxima generación, y sólo tenemos políticos, de aquellos que sólo piensan en la próxima elección.

Tenemos políticos que centran sus afanes en diseñar desde el gobierno un plan para conservar su hegemonía y para ello ya están repartiendo pantallas televisivas, tienen arcas llenas para comprar votos y han aumentado incesantemente el precio de la gasolina, llevándola a niveles más altos que en otros países, para ¿reducir luego sus precios en algún momento previo a los comicios de junio de 2015?

Son políticos que no se percatan de la crisis que tienen enfrente y que, con ceguera impresionante, muestran su incapacidad para la autocrítica y, en cambio, ofrecen hipótesis absurdas sobre los normalistas de Ayotzinapa y las protestas consecuentes. Mientras los familiares de los estudiantes acusan a militares de la región y a policías federales, el secretario de Marina afirma que son manipulados. Y el jefe de la Oficina Presidencial y el secretario de Gobernación sostienen que las protestas son reacciones de quienes no quieren perder privilegios ante las reformas. Para ellos, la ineptitud y la corrupción no alimentan las protestas y la inconformidad es hija de la manipulación e incluso de un afán desestabilizador.

Sí, tenemos muchos políticos y nos falta el estadista, con el agravante de que la mayoría de aquellos cifran su ambición no en servir como es su deber, sino en privatizar el dinero público en beneficio propio y de sus cómplices.

Con las infaltables excepciones que son agujas en pajares, nuestros políticos pertenecen a lo que el entrañable José Mujica llama "gente que se vuelve loca por la plata". En México no hemos sabido distinguir ni separar a esos tales de quienes genuinamente poseen vocación de servicio. No hemos seguido el consejo de Mujica: "A los que les gusta mucho la plata hay que correrlos de la política, son un peligro en la política"...

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