Eduardo Caccia / Un vate queretano

AutorEduardo Caccia

La tarde de ayer, hurgando en algunos archivos familiares, hice un descubrimiento arqueológico, que seguramente no emocionará a nadie, salvo a uno que otro miembro de mi familia, y eso si deciden leer el periódico esta semana, la última del año, días cortos y noches largas según la astronomía, circunstancia avalada por nuestras fiestas decembrinas, que nos llevan de las posadas al recalentado navideño y de ahí a la celebración del año nuevo. Como sea, son días de guanga actividad y mucha reflexión, o sea de reflejo, y yo me vi reflejado en unos papeles color sepia donde se hace alusión a la vida y obra de José María Carrillo que (aquí el nimio descubrimiento) firmó muchas de sus creaciones con un anagrama de su nombre: Carlos M. Lijero.

A Pepe Carrillo le decían "el Vate", ese apelativo que cargan los poetas, hacedores de rimas, trovadores de cualquier motivo, soñadores de palabras y artífices de uno que otro suspiro. El casi pergamino de 14 páginas que encontré se intitula "Unas cuantas palabras a guisa de prólogo de las poesías de 'Carrillito'" y tiene al final la rúbrica original de "Su discípulo. J. C. A. Monarca", sin fecha. El autor describe a quien fuera su maestro: "Para el corazón no hay ausentes...no hay muertos; y cuando leo algunas de las poesías o refiero alguno de los chispeantes y recreativos cuentos de Carrillito, siento el recuerdo de épocas pasadas, de ilusiones perdidas; me lo imagino sentado gravemente siempre, pero siempre sonriente al dar sus concurridas clases orales de historia, idiomas o teneduría de libros en que era autoridad competente, con el raro don pedagógico de saber transmitir los conocimientos de la materia que trataba. Clases hermosas e inolvidables, siempre interesantes y amenas, que eran interrumpidas casi diariamente por improvisados versos o punzantes cuentos recreativos, que entrañaban un fondo de enseñanza, recitados a petición de sus discípulos, con la agradable circunstancia de que tan oportunas y festivas pláticas, iban impregnadas constantemente de sabrosa salsa y exquisita sal de bien decir".

Recordé la película La Sociedad de los Poetas Muertos, donde un profesor tiene un poder casi magnético entre sus alumnos. Me hubiera gustado conocer a mi bisabuelo materno y asistir a alguna de sus cátedras, escuchar sus discursos públicos o asistir a sus tertulias. Lo he ido conociendo poco a poco, como se va desenterrando...

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