Eduardo Caccia / Jauría, víctimas y victimarios

AutorEduardo Caccia

Los ataques mortales de una jauría en el Cerro de la Estrella y la turba violenta del 1 de diciembre en el Distrito Federal tienen la misma estructura. Uno de los descubrimientos más significativos de la psicología social tiene que ver con entender de qué forma el contexto induce a un individuo a cometer actos que nunca pensó realizar. El modelo de educación en ciertos valores se ha regido por la lógica de que uno es dueño de sus actos y por lo tanto lo que nos hace actuar está dentro de nosotros. Estudios muy serios han mostrado que existe una fuerza externa al individuo, que si bien no es categórica, sí es muy influyente.

La obediencia ciega a la autoridad o a un líder es una de estas fuerzas. Estereotipamos la conducta de los nazis, por ejemplo, y los catalogamos de asesinos crueles. Muchos de los soldados alemanes obedecieron órdenes superiores y fueron incapaces de resistir la presión, de la misma forma que alguien que participa en bullying o en un secuestro podría estar tentado a dejar de hacerlo por considerar que no es ético, o un subalterno que podría negarse a torturar a un detenido aunque el superior se lo ordene, no lo hacen. No es que no sepan que está mal, es que no se detienen.

Estamos ante un conflicto de obediencia ciega contra obediencia ética, en la que se ha comprobado que gente normal es capaz de hacer cosas terribles. En 1962, Stanley Milgram realizó uno de los experimentos más ilustrativos sobre el poder que tiene la obediencia ciega. Este experimento se ha replicado varias veces, en varios países, y los resultados son contundentes y regulares: en ciertas condiciones, gente normal hará cosas impensables.

Bajo el señuelo de un estudio sobre la memoria, explicó a los voluntarios que podrían tomar el papel de maestro o de alumno. En todos los casos se indujo a que el voluntario siempre fuera el maestro, el rol de alumno lo tomaba un actor. El ejercicio consistía en probar la memoria del alumno; cada vez que fallara en la respuesta, el maestro debería darle una descarga eléctrica, progresiva en 15 volts, empezando en inofensivos 15 volts y terminando en una mortal de 450.

El maestro pudo ver cómo en una habitación separada se instaló al alumno y se le colocaron sensores para...

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