Eduardo Caccia / Future ando

AutorEduardo Caccia

Hace algunos meses visité a un querido amigo en su oficina. Su asistente, una protocolaria mujer que "toda la vida" ha sido secretaria, se dispuso a notificar mi presencia. Desenfundó una máquina de escribir IBM de los ochenta, insertó una pequeña tarjeta de papel en el rodillo y procedió a escribir: "Está aquí el Lic. Caccia". Luego se levantó, mensaje en mano, tocó tres veces la puerta del jefe, entró a la oficina y cerró la puerta. Salió a los ocho segundos para decirme: "enseguida lo recibe". En plena era del correo electrónico y los mensajes por celular esta mujer seguía usando una forma arcaica de comunicación.

Esta estampa o, mejor dicho, su representación: la resistencia al cambio provocada por la tecnología es algo mucho más frecuente de lo que pensamos. Imagino que hace no tantas décadas muchas mujeres, aduciendo que el carbón o la leña eran mejores, se negaron al uso del gas en la cocina. Aunque la batalla la ganó el gas, no deja de ser irónico que platillos celebrados en lujosos restaurantes sean "a la leña".

La forma de ver la vida con relación a la tecnología, y por ende a la ciencia, no es por supuesto una cuestión de género. Los temibles inquisidores del Tribunal del Santo Oficio impusieron injustas condenas, desde humillaciones públicas, torturas y horrendas formas de morir, contra hombres y mujeres que hacían cosas diferentes o pensaban contrario a la doctrina de la época. Qué difícil pero qué valiente es ser un Copérnico de entonces y de hoy; su De revolutionibus orbium coelestium expuso una verdad científica contraria al dogma. Paulatinamente el ser humano va cambiando su postura ante lo que considera verdad. Sin esta flexibilidad no sería posible el avance tecnológico. Particularmente en los siglos 16 y 17, los pronosticadores del tiempo que hoy conocemos y que, gracias al avance de la tecnología, son bastante precisos hubieran sido acusados de adivinación y condenados por la Inquisición.

Escuché un audio donde uno de los dialogantes especula que con los teléfonos inteligentes grandes obras de la literatura no hubieran podido cuajar sus argumentos. Decía, por ejemplo, que Hansel y Gretel no se hubieran perdido; habrían llamado por celular a su padre para avisarle que los pájaros se habían comido las migajas de pan que marcaban el camino de regreso. O que el más grande romance de todos los tiempos no habría tenido el funesto...

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