Eduardo Caccia / Escape de la abundancia

AutorEduardo Caccia

Recientemente he estado hospedado en hoteles que tienen desde un empleado hasta miles de colaboradores, unos provocan la sensación de intimidad de una casa, otros el extravío de habitar una ciudad inédita. Ambos extremos son necesarios en la industria pero debo confesar que la segunda especie me provoca la misma aversión que las arañas.

Generalizaré, conste. Se trata de enormes complejos a los que accedes por una fastuosa entrada para recorrer en vehículo motorizado dos kilómetros; el derroche en jardinería lanza la primera señal de abundancia. Te bajan en una especie de centro procesador de turistas donde las maletas no están en peligro de extinción. En el mejor de los casos la arquitectura es honesta, pero en ocasiones tienes que atravesar un simulacro de templo prehispánico donde una falsa y enorme deidad atestigua tu entrada al paraíso.

Luego del registro sales del lobby como mamífero en observación, un brazalete plástico marca tu condición de cautiverio pero te reconforta la promesa: todo incluido. Por unos días vivirás la sensación de una sociedad utópica donde el dinero es inservible. Si pensabas dirigirte a tu habitación caminando, tu optimismo te rebasa. Un colaborador del hotel sentencia: "un carrito lo llevará a su cuarto" y sonríe mecánicamente. Despojados de la escala humana donde caminar es natural, este tipo de complejos funcionan con estaciones de transportación que pasan por la torre A, la B, la C, hasta la J y más allá, un abecedario suburbano digno de un multifamiliar de lujo.

Tener hambre en el paraíso no es problema, hay 10 o más restaurantes. El habitante temporal está en engorda pero no lo sabe, nada más tiene que estirar la mano para saciar su instinto; antes ha de escoger en dónde. Llegas a un restaurante con horario para gringos y nombre entre poético y falto de imaginación como "Azul del Mar" en el que una anfitriona te asigna una de las 125 mesas. Hay buffet, el grupo pronto se dispersa entre charolas de guisos variados y comensales que regresan a sus mesas haciendo alarde de equilibrio y apetito, sus platos rebosantes retan al sistema digestivo. El vino de la casa es malo pero sobran camarones.

A lo lejos divisas una de las 7 albercas donde un chico con micrófono trata de hacer emocionante un partido de voleibol acuático que va 9 a 1. Es la misma alberca de una hermosa foto publicitaria en la página web, nada más que ahora...

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