Editorial
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EDITORIAL
Vivir en un mundo sustentable implica la conciencia de disfrutar de los recursos de la
naturaleza con responsabilidad y de hacer un uso justo de sus frutos para que todos
tengamos acceso equitativo a sus benecios.
Y eso incluye el propósito de garantizar el acceso de esos recursos no sólo a la generación
que habita el planeta en el presente, sino a quienes nos sustituirán en el futuro: nuestros
hijos y nuestros nietos; lo cual nos obliga a hacer un manejo racional de los bienes que
produce la tierra, así como a proteger el ecosistema en su conjunto.
Esos objetivos serían más fácilmente alcanzables si los climas del mundo no tuvieran las va-
riaciones que tienen en la actualidad como consecuencia del deterioro ambiental provocado
por la intervención del hombre, por la contaminación que ha propiciado y por la voracidad
con que arrasa con los productos de la tierra.
Al parecer esa situación es irreversible, pues ya no se ja como meta lograr que el planeta
conserve su temperatura ideal sino que simplemente se procura que ésta no rebase valores
que pongan en riesgo la viabilidad —en última instancia— de la vida.
De ese tamaño es la gravedad del problema que plantea el cambio climático, pues vulnera
los derechos humanos esenciales de los habitantes de todo el orbe.
Por eso desde hace décadas se ha vuelto urgente asumir con
conciencia la dimensión del problema y ensayar acciones
contundentes para enfrentarlo.
Y en esa tarea tienen una gran responsabilidad las
juventudes del mundo, por dos razones funda-
mentales: porque poseen la creatividad y la
inteligencia para ofrecer soluciones frescas y
asequibles a la crisis ecológica que nos aqueja
y porque, al nal de cuentas, serán ellas las
más afectadas si persiste la tendencia de
deterioro de la naturaleza…
Ya no es posible esperar más para actuar en
consecuencia…
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