Echar el tiempo para adelante

AutorSergio R. Blanco

Sin ventanas que miren a la calle, el estudio de Vicente Rojo se ve desde el parque de enfrente como un tejido de ladrillos. Pero hoy algo es distinto: en el lado inferior izquierdo, el muro de picos rojos perfectamente alineados tiene una herida fresca: lo que en su España natal llaman un desconchón.

Es domingo, y Rojo (Barcelona, 1932) abre la reja de tono oxidado que da acceso al interior del estudio. No esconde su pesadumbre por el muro despostillado.

"La hermosa pared había permanecido intacta durante 20 años, pero amaneció así hace cinco o seis días", dice.

Por dentro, el espacio es como una nave sin columnas. La luz penetra por el costado y se refleja en las paredes blancas hasta inundar la vista. En este oasis con un jardín trasero se trabaja continuamente, y lo prueban los tubos de pigmento, los trozos de madera y la obra en proceso que se encuentra sobre mesas y paredes. Las huellas de pintura y de ácido que hay en el suelo de concreto parecen líquenes de colores.

"Lo que me gusta de mi trabajo es el proceso de desarrollar 10 o 12 obras juntas. Los cruzamientos que hay entre unas y otras. Para mí eso es la pintura o una maqueta de una escultura o un grabado: mientras lo estoy haciendo. Una vez que se ha acabado, cumplirá su función, si es que la cumple, pero yo ya no intervengo en eso. No me inquieta saber a dónde va a dar", dice Rojo.

Estos días, la pregunta que altera la curiosidad de Rojo, un pisciano ateo a quien le gustaría haber aprendido a nadar, a jugar al billar, a bailar y a hablar otros idiomas es el enigma de la muerte.

"A mí eso sí me parece un misterio: cómo se puede vivir rechazando algo que es lo único que tenemos concreto en nuestro desarrollo, en nuestra vida. Me inquieta saber por qué estamos tan preocupados por la muerte cuando sabemos que es lo único que nos va a suceder. Pero eso no lo aceptamos".

¿Y usted lo acepta?

"Por supuesto que no lo acepto. El rechazo empieza por mí mismo".

LA TRAVESÍA Y CAVAFIS

Para Rojo, crear consiste en lidiar con uno o varios misterios hasta resolverlos. Hasta que cumplió 60 años, Rojo trabajaba 12 horas al día. Después, un problema de salud redujo su jornada a "cuatro horas buenas", como él las llama.

Durante las dos últimas décadas, la disciplina diaria en el estudio de Coyoacán que diseñó el arquitecto Felipe Leal -dotado del sello inconfundible de Rojo en la fachada geométrica de ladrillo visto- ha sido la misma: Rojo, todas las mañanas llega al estudio hacia las 9:30...

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