DISCULPE LAS MOLESTIAS... / El fondo y la superficie

AutorJulio Trujillo

Ayer domingo salí a pasear a mi perro temprano en la mañana. Aunque todavía traía en la cabeza el derechazo de plomo con que el "Dinamita" Márquez pulverizó al "Pacman", me contagié rápido por la paz matutina de ese día en que la gente decide darse un respiro de sí misma.

Salvo una señora que siempre está ahí hablando consigo misma, muy enojada, y un par de perros más paseando a sus dueños, el parque estaba relativamente vacío. Respiré, vi las ardillas en las copas de los árboles e hice un poco de fotosíntesis. Aún así, me dije: no vayas a caer en la tentación de sentirte en una ciudad inmaculada y segura; estas bocanadas de oxígeno las puedes dar en una islita al sur de la megalópolis, pero no te engañes. No me engaño: reconozco el desinterés del narcotráfico por instalar un cartel visible aquí en el D. F. y su preferencia por un narcomenudeo agilísimo, atomizado y remunerable de tal forma que apenas se necesita violencia para mantenerlo funcionando, pues el pastel se lo reparten entre todos. Dicen que los cárteles que ejercen su influencia en esta zona son los Templarios y la Familia. No lo sé. En todo caso, no aparentan funcionar a sangre y plomo como en otras zonas del país.

Lo cual no implica, me dije, mientras mi perro coqueteaba con una linda Border Collie, que no imperen en esta ciudad la extorsión, el robo, el asalto y el secuestro. Lo que pasa es que, de algunos años para acá y gracias a la fallida estrategia calderonista de combate al narcotráfico, las decapitaciones le robaron la prensa a los asaltos. Los hay, constantemente y en todos lados. Y un montón de secuestros: exprés, telefónicos, apócrifos, de un par de días, de ordeña de cajero. Miguel Ángel Mancera y su equipo de seguridad tienen que comenzar por reconocer estos...

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