Entre dioses y guerreros

AutorMaría Daniela Zavala

A pocos kilómetros de Ulán Bator, la capital de Mongolia, los rastros de civilización desaparecen para dar paso a interminables estepas y pastizales donde rebaños de camellos y cabras corretean, y tropas de caballos galopan libres sin ser perturbadas por la intrusión de una vieja y ruidosa camioneta militar rusa que se adentra al corazón de esta tierra de nómadas.

Un amontonamiento de rocas se destaca en medio de la inmensidad de la estepa. Ante tal visión brillan los ojos de Batzaya, un mongol de 40 años que luce mucho mayor a su edad: piel curtida, figura corpulenta y cálida sonrisa en la que ya quedan pocos dientes.

El mongol detiene el auto, sonríe y voltea para ver al par de viajeros que lo acompañan en esta travesía de siete días por el vasto y variado paisaje del Desierto de Gobi, donde saldrán al paso interminables estepas, imponentes montañas rocosas, áridos desiertos, gigantescas dunas, verdes valles, acantilados, ríos y lagos cristalinos.

Los compañeros de viaje sólo lo miran atónitos y con mucha curiosidad ante la abrupta parada en medio de la nada.

Manteniendo la tradición y pagando tributo a sus ancestros, Batzaya sale de su vieja camioneta y comienza a dar vueltas en el sentido de las agujas del reloj alrededor de un extraño monumento de piedras, mientras le tira pequeñas rocas que ha tomado del suelo.

Se trata de un Ovoo, ofrenda a los espíritus que viven en la vasta estepa y que, según la tradición, protegen a la naturaleza y a los viajeros.

En una combinación de budismo tibetano y chamanismo, cuya creencia se basa en que el mundo y la vida están dominados por la fuerza de espíritus, la ofrenda no se limita a las piedras.

Para asegurarse el beneficio de tan codiciada protección divina, los creyentes dejan todo tipo de regalos a los espíritus: vodka, cigarrillos, dinero, imágenes de Buda, frascos de vidrio con extraños animales muertos dentro, y hasta algún par de muletas.

Al terminar la tercera vuelta alrededor del Ovoo, Batzaya se siente satisfecho y regresa al auto. Acaba de dejar su destino y el de sus compañeros de viaje en las manos de los espíritus.

A lo largo del periplo, este mongol no arriesgará su suerte, y al toparse con cualquier Ovoo, repetirá el mismo ritual una y otra vez.

Además de representar la conexión entre el cielo y la tierra, los fortuitos encuentros en mitad del trayecto con estas rocosas casas para los espíritus ayudan a los viajeros a orientarse en una tierra donde no hay carreteras asfaltadas, señalizaciones... ni gente.

Ubicado entre Rusia y China, en Asia del norte, Mongolia es uno de los países con menor densidad de población en el mundo.

Su censo cuenta apenas poco más de 2 millones 600 mil personas, la mitad de ellas viviendo en la capital, Ulán Bator; aquí se pueden recorrer cientos de kilómetros y no ver ni una sola población en los alrededores.

Muy de vez en cuando, se aparecen en el horizonte y esparcidas en la inmensidad de esta tierra inhóspita, alguna que otra yurta, las tiendas de campaña de forma redonda donde viven los nómadas mongoles.

Con una capacidad de adaptación y resistencia inigualable, los nómadas de Mongolia sobreviven en lugares muy remotos y resisten a un clima hostil que puede variar dramáticamente, de 37°C en el verano a...

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