Diego Valadés / Política misericordiosa

AutorDiego Valadés

Cincuenta y tres millones de pobres, de los cuales once y medio lo son en grado extremo, equivalen respectivamente al 45.5 y al 9.8% de la población nacional. El número de pobres actuales excede al total de los habitantes del país en 1973.

Además de nuestros indicadores de pobreza, el Reporte de Desarrollo Humano de la ONU, dado a conocer en marzo, señala que México figura en lugar 61. En contraste, México es la 14ª economía mundial, abajo de España y de Australia y arriba de Corea del Sur. De los 13 países que nos superan en riqueza, sólo Brasil y China aparecen después de México en materia de desarrollo humano; en cambio hay 47 países más pobres pero donde la mayoría vive mejor que aquí.

Las deficiencias derivadas de la política fiscal están a la vista. Según los datos del Banco Mundial, el coeficiente de Gini de México, antes de impuestos y transferencias, es de .494, seguido por Holanda con el .426. Empero, después de impuestos y transferencias, México apenas avanza a .476, mientras que Holanda sube hasta .294. Hay que recordar que, conforme a este indicador, entre más cerca se está del cero, mejor es la distribución de la renta.

Es obvio que el régimen pluvial y el sistema orográfico están fuera de nuestra voluntad, pero el régimen político y el sistema social sí son de nuestra responsabilidad. El tamaño de la pobreza depende de la decisión de los dirigentes, no de los accidentes de la naturaleza ni de los caprichos del clima. Por eso existen decenas de países más pobres que México pero con niveles de bienestar superiores.

Para atenuar los efectos de la pobreza en México se optó por la filantropía pública. Algunos recursos fiscales se aplican para mitigar el hambre y el desamparo de más de 50 millones de seres humanos. Es una estrategia que durante un tiempo fue funcional para amortiguar los efectos de la marginación social, pero también sirvió para eludir la redistribución de la renta nacional, para transferir recursos públicos a empresas privadas y para facilitar las acciones clientelares del gobierno. Sin embargo, los efectos de la dadivosidad tienen límites. Como paliativo, pasa; como única política social, basta.

Antes de que se adoptaran las actuales estrategias, el Estado mexicano había practicado otra, de matriz intervencionista: la inversión pública a través de fideicomisos y de empresas con subsidio público. Allí donde se deseaba combatir la pobreza, llegaba el Estado a instalar tortillerías, empacadoras...

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