Diego Rivera: Las revoluciones de un pincel

AutorStephen Schwartz

Antes de su ingreso al movimiento muralista, Diego Rivera (1886-1957) había seguido los ejemplos de Rubén Darío y, más tarde, de ciertas figuras de la vanguardia en las primeras dos décadas del siglo 20, tales como Guillermo de Torre, al introducir en Latinoamérica las nuevas modalidades del arte y literatura surgidas en Europa. De hecho, debe reconocerse que México, Argentina, Chile y Nicaragua asimilaron mucho antes que Estados Unidos las lecciones del modernismo.

Rivera se vio profundamente influido por Cézanne e ingresó al entorno cubista en París. Pero, independientemente del estilo que adoptara, desde el postimpresionismo hasta el muralismo socialista, su talento era único y propio, y fue él quien llevó la grandeza al arte político, más que el mensaje de la revolución que proporcionó un contexto para su crecimiento artístico. En ese sentido, se parecía, en la poesía, a César Vallejo. Sus primeros logros, entre ellos pinturas tales como Retrato de Ramón Gómez de la Serna, de 1915, tienen una energía natural que se siguió viendo durante el periodo principal de la trayectoria de Rivera. En la época en que pintó al poeta español e inventor de las greguerías, el artista ya había sentido el llamado de la Revolución de 1910 y sus héroes; en 1915, también produjo Paisaje zapatista/ El guerrillero, evocando al inmortal Emiliano Zapata.

Rivera ayudó a fundar el movimiento muralista mexicano bajo el patrocinio de José Vasconcelos, durante los 20, cuando el grandioso hijo del estado de Morelos y epítome de la revolución agraria había sido eliminado, y el periodo del dramático conflicto social en México había entrado en su ocaso, aunque pocos lo reconocieron entonces. Pero el nombre de Zapata es como el de Rivera, con una vida continua propia. (En este contexto no puedo abstenerme de relatar una experiencia divertida: un intelectual musulmán, iraní y disidente me dijo que le encantaban las películas estadounidenses, y que su favorita era ¡Viva Zapata! -realizada en 1952 por Elia Kazan, John Steinbeck y Marlon Brando. Tuve que decirle, tristemente, que a pesar de que estos tres hombres habían intentado rendir un sincero homenaje al espíritu de protesta de una nación vecina y admirable, en la película no había nada auténtico de Zapata o México.)

Pero al igual que Zapata, Rivera era intransigente, al menos en los días en que la "revolución mundial", si no es que el fenómeno mexicano de menores dimensiones, aún poseía un genuino ímpetu histórico. Por...

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