Al dictamen de la soledad

AutorIgnatus Really

Por qué llegar cada tarde así, con la resaca del trabajo, con la huella de la silla en su espalda, los ojos ahogados por los números de las nóminas, con la voz nada dulce de su jefe desbordándose en el hueco de su atención; porque llegar así dificulta nombrar a cada uno de sus hijos y dirigirles un saludo particularizado: Hola, Jaimito, ¿has mejorado en matemáticas? Hola, Jimena, ¿cómo estuvo tu clase de danza? Hola, amor, ¿te fue bien con las compras, viste a tu mamá? Por eso dedica un saludo general a la familia, para cubrirla por completo y ocultar un poco el olvido en que la tiene.

Los niños no esperan y saltan sobre él, se cuelgan de la corbata, le desajustan el traje, le desajustan la aparente frialdad cotidiana con que llega.

Se incómoda un poco y les dice basta, pero los niños no saben que los adultos son muy vulnerables, porque sus padres son idénticos a los superhéroes que miran por televisión: incansables, que lo pueden todo, siempre triunfantes en su cruzada contra el mal, y los adultos no saben que un hijo es lo que espera de ellos.

Los niños no dan tregua a su manifestación de afecto y gritan y sacan chispas y ríen y preguntan y dicen y quieren y dan todo sin coma alguna entre sus actos.

El padre dice ¡basta! nuevamente, quiere calma, quiere una vida pausada, quiere la tranquilidad del hogar como recompensa a la ardua labor del trabajo que no deja sólo por ellos, su familia; por eso quiere que comprendan, pero ¿cómo van a comprender los niños, que únicamente desean que su padre responda igual? Esta vez grita y el cristal de las risas infantiles se hacen tantos pedazos que hasta para una madre paciente y dedicada sería imposible reconstruirlo. Silencio. Los niños muestran por primera vez en los ojos el embrión del terror. La madre da cuenta de la dificultad de ser la mediadora entre los padres y los hijos.

Él, el padre querido, se hunde. Toma el camino a su habitación. Los niños a la suya.

Todos al refugio porque ha iniciado una muy dolorosa guerra. La madre, como siempre, queda al centro de la casa, herida, sentenciada injustamente a tomar partido por una de las fracciones del hogar.

El hombre se enfrenta al dictamen de la soledad. Se ampara...

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