Diario íntimo de Lulú Petite

Sexo con un chacalLulú Petite

EL GRÁFICOQuerido diario: A Humberto no le cuesta trabajo darle rienda suelta a sus deseos. Es de los que podría inventar nuevas formas de disfrutar, si tuviera más tiempo y menos preocupaciones. Es un chacalazo. Les digo chacales a esos machos que, aunque no son guapos, tienen cierta masculinidad arrolladora que los hace irresistibles. Son macizos, medio brutos o bruscos, pero tienen un autocontrol tremendo, mucha seguridad y una habilidad para coger que sientes que te despedazan en cada embestida, pero te electrocutan de un modo que es delicioso. Bueno, pues Humberto es un chacal de esos.

Le gusta decirme cosas cachondas mientras me hace el amor con sus manos toscas y varoniles. Las susurra lentamente, las paladea con regusto, las pronuncia en voz alta como si las ensayara. A mí me gusta. Me pone en el ánimo correcto. Siempre es grato encontrar clientes que sienten la necesidad de entrar en una especie de juego. Humberto es un seductor, sin importar que ya el trato esté hecho, sin importar que me haya pagado para satisfacer sus ganas, aún así hace un esfuerzo por enamorarme, por calentarme.

Tenía tiempo sin verlo, pero ahí estaba, a media luz, en el mismo motel donde siempre nos hemos encontrado. Podía ver su perfil bañado por la luz que se colaba por la persiana, su frente ancha, su nariz larga y huesuda, sus labios filosos, su mentón cuadrado. Mientras él me acariciaba las piernas, deslizando su mano por debajo de mi falda. Me aproximé más y sentí el calor irradiante de su cuerpo. Puse mis manos en sus hombros y lo besé apasionadamente, saboreando la sal y la humedad de su boca.

Sus besos encendían dentro de mí una llama que se hacía cada vez más grande, caliente y voraz. De pronto sus manos se escurrieron debajo de mi blusa y se estacionaron en mis pechos. Apretó con cuidado e inclinó la cabeza para mordisquearlos y besarlos por encima de la tela.

Nos tumbamos sobre la cama sin dejar de restregarnos, sin dejar de tocarnos y besarnos como si fuera el fin del mundo. Humberto empujaba su entrepierna con la mía, mostrando su entusiasmo de acero. Lamió mi cuello y mi piel de inmediato se erizó. Una cosquilla general devoró mis poros, provocando una leve y divina descarga eléctrica en mis zonas más sensibles. Sus besos detonaron algo, sus caricias trajeron...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR