Diario Íntimo de Lulu Petite

¡Más que delicioso!Lulu Petite

EL GRAFICOQuerido diario: Israel es un hombre a quien le va bien en la vida. Se ha formado un patrimonio, tiene un sueldo de muchos ceros y otros ingresos, pero mantiene una humildad que me fascina. No es farol, ni se da gustos ostentosos. Su coche es moderno sin ser carísimo, vive en un departamento modesto para su nivel de ingreso y no anda presumiendo de cosas superfluas. Eso sí, tiene dos debilidades, la primera, siempre anda impecable, de modo que seguramente ha invertido un buen capital en trajes y accesorios. Es un dandy.

Lo conozco desde hace dos años y me llevo muy bien con él. Le tengo un gran cariño, pues suele ser muy atento conmigo.

Nos encontramos el sábado. Yo estaba recién salida de la ducha, empapada de pie a cabeza, cuando sonó mi cel. Lo alcancé al octavo repique. Atendí a tiempo para escuchar su voz carraspos. Su tono es como de hechicero.

Quedamos en vernos en el motel de siempre. En sus mangas relucían unas mancuernillas que combinaban con su aspecto pulcro. Parece uno de esos mafiosos guapos del cine, un poco maligno y otro poco encantador. Lo vi haciéndose bolas para quitárselas y aproveché para acercarme a ayudarlo.

?Déjame todo a mí ?le dije aproximando mis labios a los suyos.

Nos quedamos así, tentándonos con la cercanía, con ese manto de electricidad que generaban nuestras ansias contenidas. Pero no había motivos para contenerse. Nos besamos apasionadamente, devorándonos con la lengua, desgarrándonos la ropa y aumentando la intensidad de nuestras ganas.

Israel es alto y esbelto. A pesar de su edad ?yo le aviento unos 50 y tantos? luce muy joven y tiene buen cuerpo. Sus manos robustas recorren el mío como si buscara reconocer un terreno. El mapa de las ganas, que llaman. Siento que entre sus brazos me derrito mientras caemos como en cámara lenta sobre la cama.

?No te quites los zapatos ?me pide, como si suplicara.

Le encanta cogerme mientras llevo tacones. Dice que le da un toque más cachondo a todo el asunto. Y la verdad es que tiene razón. Cuando estira el brazo para tomar un condón, se lo coloca como si se preparara para la guerra y me penetra sin más dilaciones ni preámbulos, alzo las piernas y lo envuelvo por la cintura, clavando suavemente la punta de mis tacones en su espalda. Me aferro a él y entierro mis uñas, jalándolo más hacia mí, haciendo que se encaje de lleno, que me atraviese hasta lo más hondo.

Comienzo a humedecerme. Mi propio cabello me cubre la cara, acariciando...

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