Diario Íntimo de Lulu Petite

Con aroma a rosasLulu Petite

EL GRAFICOQuerido diario: Llegué a mi depa, después de un día cansado y antes de ponerme a escribir me quedé viendo mis rosas sobre la mesa del comedor. Suelo disfrutar los detalles caballerosos que tienen algunos clientes. ¿Qué te puedo decir? Me gustó que Fidel me regalara flores.

Apenas hace unas horas, me vi con él en el motel de costumbre. Es un hombre galante, anda rozando los sesenta, con figura atlética y buen gusto. Tiene algunas florerías.

Lo conozco desde hace unos años y siempre que nos vemos me regala un arreglo floral. Siempre elegantes y discretos.

Hoy no fue la excepción. Siempre es caballeroso y cordial, aunque esta noche lucía cansado. Es de esos clientes que hablan poco, pero no tipo malhumorado, sino tímido. Es del tipo serio y ya. Cuando era un muchacho, a principios de los ochenta, Fidel se fue para Estados Unidos, con más sueños que probabilidades. Vivió en Chicago. Allá aprendió el negocio de la jardinería y el cuidado de las flores. Trabajó mucho, juntó dólares y cuando regresó a México puso florerías. Le ha ido bien.

Lo esperaba en la cama, viéndolo quitarse la ropa. Me recogí el cabello y entonces lo vi levantar la mirada. Sonrió casi imperceptiblemente y volvió a bajar la vista. Miraba el piso, pero yo lo miraba a él. De pronto apagó la luz y se acostó a mi lado. Se metió debajo de la cobija y me invitó a que lo siguiera. Nos acurrucamos unos minutos. Él con las manos detrás de la cabeza y yo recostada, acariciando las canas de su pecho. Fidel tiene los ojos muy negros y redondos. Parecen dos universos vecinos. Me acerqué más a su cuerpo y creo que olí el aroma de las flores, de la tierra húmeda. Entonces me abrazó por el cuello y con su otra mano acarició mi rostro. Siento la callosidad en sus dedos, lo árido de su piel curtida por el trabajo. Manos toscas, pero sublimes, dulces para tocar pétalos y hacer crecer cosas. Como la que crecía entre sus piernas. A pesar de su pudor, sabe complacer. Nos besamos, bordeando con nuestras lenguas los labios del otro. Fidel siempre tiene la barba y el bigote como de tres días. Su mentón raspaba el mío, provocándome cosquillas. Hundió su rostro entre mis cabellos y aspiró como si oliera rosas. Sus manos robustas se percataron del resto de mi cuerpo. Podía sentir sus palmas como cortezas sobando la curva de mi cintura. Su pene brotaba erecto y listo para plantarse en mí.

Alcancé uno de los preservativos, lo saqué del empaqué y me deslicé hacia...

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